Uribe obtuvo un gran triunfo, pero los problemas no han desaparecido. El pasado viernes 7 de marzo, los colombianos y, en general todos los latinoamericanos, fueron espectadores de un reality nunca visto y con protagonistas de primerísimo orden. Hubo todos los elementos para aumentar el rating: suspenso, peleas, comedia, alta tensión, reconciliación y final feliz. Nunca antes una cumbre del Grupo de Río había generado tanta expectativa; nunca antes se había logrado tanto en una reunión de siete horas entre presidentes.
En menos de 24 horas, Nicaragua rompió y restableció relaciones con Colombia -un récord diplomático digno de Guinness-. Álvaro Uribe y Hugo Chávez - "el mafioso" y "el patrocinador de genocidas", según las descripciones que hizo cada uno del otro durante esta semana- terminaron abrazados, bajo la mirada casi paternal del anfitrión de tan singular encuentro: el presidente dominicano Leonel Fernández. Y hasta el impetuoso Rafael Correa, el joven mandatario ecuatoriano que se sentía más agredido y que llevaba días exigiendo a gritos una condena a Colombia, aceptó unas disculpas "no explícitas", como él mismo las calificó, y estrechó la mano del hombre que había autorizado la "violación" de su territorio.
Por la mañana de ese viernes en Santo Domingo, República Dominicana, era inimaginable ese desenlace. Desde temprano, el presidente Uribe le había dicho a la prensa que no se reuniría ni con Chávez ni con Correa. El mandatario colombiano no llegó para la foto oficial, un hecho inaudito que reflejaba el caldeado ambiente. Uribe sabía que se enfrentaba a un auditorio hostil, pues el 'eje del mal' -Chávez, Correa y Ortega-, por medio de una escalada orquestada había inclinado la balanza en contra de Colombia.
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En menos de 24 horas, Nicaragua rompió y restableció relaciones con Colombia -un récord diplomático digno de Guinness-. Álvaro Uribe y Hugo Chávez - "el mafioso" y "el patrocinador de genocidas", según las descripciones que hizo cada uno del otro durante esta semana- terminaron abrazados, bajo la mirada casi paternal del anfitrión de tan singular encuentro: el presidente dominicano Leonel Fernández. Y hasta el impetuoso Rafael Correa, el joven mandatario ecuatoriano que se sentía más agredido y que llevaba días exigiendo a gritos una condena a Colombia, aceptó unas disculpas "no explícitas", como él mismo las calificó, y estrechó la mano del hombre que había autorizado la "violación" de su territorio.
Por la mañana de ese viernes en Santo Domingo, República Dominicana, era inimaginable ese desenlace. Desde temprano, el presidente Uribe le había dicho a la prensa que no se reuniría ni con Chávez ni con Correa. El mandatario colombiano no llegó para la foto oficial, un hecho inaudito que reflejaba el caldeado ambiente. Uribe sabía que se enfrentaba a un auditorio hostil, pues el 'eje del mal' -Chávez, Correa y Ortega-, por medio de una escalada orquestada había inclinado la balanza en contra de Colombia.
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