domingo, marzo 16, 2008

IRAK: Sin trabajo, sin esperanza, sin futuro

La vida de Hazim al M. se ha desmoronado con su país. Este iraquí emprendedor, que hace cinco años veía por fin despegar su pequeño negocio de venta de sanitarios, pasa ahora las mañanas sentado en un café de Hay al Darag con la mirada perdida y el té enfriándose sobre la mesa. "No me voy a quedar en casa como una mujer", justifica. La imposibilidad de ganar un sueldo para mantener a su esposa y su hijo es la última humillación en una sociedad aún profundamente patriarcal. Al menos el 60% de la población activa se encuentra en paro. Más allá de las recientes mejoras en la seguridad, la destrucción del tejido social ha dejado a los iraquíes desamparados.


El 70% de la población carece de agua potable, y el 80%, de alcantarillado. En Bagdad, el suministro eléctrico resulta tan variable como imprevisible

"Incluso después de la invasión logré algunos contratos para instalar cuartos de baño en centros de salud aquí en Bagdad y en Diyala, aunque enseguida llegaron las coacciones", manifiesta con amargura. Pero fue el atentado contra la Mezquita de Samarra en 2006 lo que terminó de enterrar sus esperanzas. "La vida se paró", recuerda. "Tuve que cerrar la tienda en Al Kifah por temor a que me secuestraran. Varios vecinos me advirtieron a raíz de que el Ejército del Mahdi se llevara a otro comerciante y no lo soltara hasta que su familia pagó 80.000 dólares. No fui el único. Tres se fueron al norte y otro a Egipto".

Hazim es suní y el Ejército del Mahdi que tomó el control de Al Kifah es una milicia chií, pero se niega a aceptar que las diferencias religiosas estén en la base de la lucha fratricida que desangra su país. "Nadie está seguro, sea suní o chií. Quienes tienen armas imponen su ley, sean los del Mahdi u otros", subraya mientras busca con la mirada la aprobación de Alí, su amigo del alma chií que me ha llevado hasta él. Ambos sirvieron juntos en la guerra contra Irán.




Con la tienda cerrada y sin otros ingresos, Hazim ha ido consumiendo sus ahorros. "Estoy sin trabajo, sin futuro y sin esperanza", se duele a sus 45 años. Se acabaron las salidas a cenar los viernes, las excursiones al lago Habaniya e incluso las reuniones de todos los hermanos con sus familias en casa de su madre. "Cualquier desplazamiento resulta peligroso", explica, "temo cuando mi hijo va al colegio; mi mujer se preocupa si no vuelvo a la hora; nos pasamos el día llamándonos unos a otros para asegurarnos de que seguimos vivos".

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