Chávez, la política y la plata

Las paradojas de la realidad del poder: mientras prosigue a toda máquina en su intento de buscar la reelección indefinida, el presidente venezolano, Hugo Chávez, parece estar de vuelta a la realpolitik o, al menos, a la realeconomik. El jueves, cuando la Asamblea Legislativa aprobaba someter a referendo, que tendrá lugar el próximo 15 de febrero, una confusa pregunta para enmendar la Constitución con el objetivo de que todos los funcionarios de elección popular (incluido Chávez, por supuesto) puedan reelegirse indefinidamente, el diario The New York Times publicaba un artículo en el que contaba que Venezuela está de nuevo cortejando a las grandes petroleras occidentales para que inviertan en el desarrollo de nuevos campos en la franja del Orinoco.

Las dos noticias están más conectadas de lo que parece. Para nadie es un secreto que, además del entusiasmo que su populismo antioligárquico y antiimperialista despierta en amplias capas de venezolanos que solo conocieron el monopolio de adecos y copeyanos, el poder del régimen bolivariano reposa en una sola palabra: petróleo. Lo malo es que esa palabra, que hasta hace pocos meses significaba 140 dólares por barril, cerró la semana pasada a poco más de 34 dólares, lejos de la proyección de 60 en el que el gobierno venezolano basó su presupuesto para el 2009.

PDVSA, la compañía estatal petrolera de Venezuela, es la vaca lechera de toda clase de programas del chavismo que benefician -y mantienen- a su base social. Proyectos educativos, de salud y asistencia se pagan con los cofres de la jugosa factura petrolera que ha cobrado Chávez desde su llegada al poder en 1998. Para no hablar de los programas que han convertido al coronel en el líder de la izquierda latinoamericana, los cuales, desde la venta de petróleo subsidiado, las compras de bonos de otros países, hasta préstamos generosos, se pagan todos, a fin de cuentas, con ese ingreso.

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