Después de un duro verano de pelea en el pantanoso terreno de la política doméstica, Barack Obama acude la próxima semana a un escenario mucho más amistoso: la ONU. Obama será el primer presidente norteamericano de la historia que presida una reunión del Consejo de Seguridad, que se reúne a nivel de jefes de Estado y de Gobierno sólo por quinta vez durante toda su existencia, para discutir una declaración contra la proliferación nuclear.
Ése será el momento estrella de una intensa semana de actividad diplomática durante la que Obama presidirá una cumbre sobre el clima, se dirigirá por primera vez durante su mandato a la Asamblea General, participará en una reunión de presidentes africanos y en otra con los principales contribuyentes a las misiones de paz, procurará un encuentro entre los líderes israelí y palestino -Benjamin Netanyahu y Mahmud Abbas coincidirán aquí durante varios días- y negociará una posición común de las potencias sobre Irán. Particular atención recibirá, después de la cancelación del escudo antimisiles en Europa, su entrevista con el presidente ruso, Dmitri Medvédev.
Como todo en Nueva York, la política y el espectáculo convivirán durante estos días en la primera gran recepción que la popular pareja -los Obama siguen disfrutando de niveles de apoyo en torno al 70% en la mayoría de los países del mundo- ofrecerá a la larga lista de personalidades presentes en la Gran Manzana. El líder libio, Muammar el Gaddafi, y el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, aunque participan en la Asamblea, no han sido, por ahora, invitados a esta gala.
Al tratarse de la ONU -una organización que para el conservadurismo es la morada del diablo-, esta agenda adquiere un gran significado político, con resonancia en la política interior. Durante los últimos ocho años lo que ha hecho EE UU en la ONU ha sido, básicamente, ignorarla, cuando no socavar sus esfuerzos. Uno de los más célebres embajadores de George Bush en Naciones Unidas fue John Bolton, el más feroz enemigo del multilateralismo entre los neocon. La última vez que Estados Unidos destacó por su presencia en el Consejo de Seguridad fue en aquella parodia en la que Colin Powell trató de demostrar con argumentos pueriles -¡cómo olvidar aquel tubito!- la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.
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