lunes, noviembre 22, 2010

Irlanda atisba a los zombis

En Dublín hay un cementerio católico, Glasnevin, un camposanto gótico junto al que asoma un pub del siglo XIX, Los Enterradores, al que iban los sepultureros al acabar su jornada. En la capital irlandesa hay docenas de lugares así de literarios.

En Dublín hay un cementerio católico, Glasnevin, un camposanto gótico junto al que asoma un pub del siglo XIX, Los Enterradores, al que iban los sepultureros al acabar su jornada. En la capital irlandesa hay docenas de lugares así de literarios. El escenario perfecto para entender la crisis de Irlanda -que tiene su propia trama novelesca- está a orillas del Liffey, el río que atraviesa la ciudad: el esqueleto de un edificio de ocho plantas se pudre desde hace dos años entre calles a medio terminar, inmuebles vacíos y solares listos para construir en los que ya no hay nada que levantar.

Esa construcción fantasma tenía que ser un banco: todo ese cemento iba a convertirse en la rutilante sede del Anglo, la máxima expresión de la locura inmobiliaria irlandesa de los últimos años. La zona que hay a su alrededor es un área zombi. Cortesías de la crisis: en realidad prácticamente toda la banca irlandesa es medio zombi, sobrevive por las inyecciones públicas de capital, apenas concede préstamos, sigue perdiendo dinero por el reventón de la burbuja inmobiliaria y amenaza con llevarse por delante al resto del país.

Esta historia empieza a finales de los ochenta, con Irlanda metida en una crisis galopante. Y de repente, en apenas una década larga, uno de los países más pobres de Europa pasa a ser uno de los más ricos: el Tigre Celta crece una media del 6,5% entre 1990 y 2007. Durante los primeros años de esa etapa Irlanda es un modelo de flexibilidad, capaz de atraer multinacionales y ganar competitividad: es el estilete del mejor capitalismo anglosajón, una fórmula que implica la liberalización de los mercados, la desregulación de la economía -sobre todo de la banca-, las privatizaciones, los bajos impuestos.


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