El presidente de EE.UU., Barack Obama, escogió el horario de máxima audiencia para presentar al pueblo estadounidense su plan de retiro paulatino de Afganistán, escenario de la guerra más larga y costosa en la historia de EE.UU., contra la que ahora hay una creciente oposición pública.
En parte Obama estaba cumpliendo una promesa que hizo cuando, temprano en su administración, cedió a la presión de incrementar, en unas 30.000, las fuerzas militares en el llamado “empuje” contra la insurgencia con la condición de que estaría retirándolas después de un año si las condiciones se daban.
El plazo ha llegado y, aunque es debatible si las condiciones han mejorado o no, con el anuncio del retiro parcial y medido el presidente quiere apaciguar a una ciudadanía estadounidense que exige más atención a los problemas internos, garantizar al pueblo afgano algún tipo de gobernabilidad en su país tras la partida y convencer al estamento militar de EE.UU. que la salida es honorable.
En la práctica el repliegue por etapas será de los efectivos militares que constituyen ese incremento temporal y será a más tardar para finales de 2011, pero eso dejará unos 68.000 soldados y demás personal militar, una considerable presencia sobre la que todavía no hay claridad de cómo y cuándo saldrían.
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