Foto: Hernán Zenteno
Es cierto que la ciudad de Buenos Aires ha sido históricamente esquiva al kirchnerismo. Ya con Néstor Kirchner de candidato en 2003, en un escenario de fuerte atomización política, sólo dos de cada diez porteños acompañaron al ex presidente. Similar fue el resultado con Rafael Bielsa en 2005 y con Daniel Filmus en 2007. Sólo en la elección presidencial de ese mismo año, Cristina Kirchner mejoró en algo la performance y casi alcanzó el 24% de los votos.
También es real que en esta ocasión, con el empuje de una candidata a quien todos hoy le auguran un triunfo en primera vuelta en la próxima elección de octubre, y con el desgaste que razonablemente debía padecer quien ha gobernado de un modo gris la ciudad en los últimos cuatro años, las posibilidades de Daniel Filmus parecían ser mayores.
Sin embargo, todas esas especulaciones se diluyeron ayer. Con un cuadro que aparentaba ser tan favorable, la base electoral del oficialismo nacional sólo se incrementó tres puntos.
¿Qué fue lo que pasó?
Filmus y Tomada son, sin duda alguna, la mejor fórmula que pudo competir en representación del kirchnerismo. Son personas políticamente comprometidas, moralmente valiosas e intelectualmente reconocidas. Han estado acompañando el proyecto de gobierno desde sus inicios. Son dos peronistas a quienes se les reconocen criterio propio, vocación plural y compromiso militante.
Sin embargo, todos esos atributos fueron opacándose paulatinamente en un sistema cada vez más atento a la subordinación que al debate. Una extraña campaña interna desarrollada con el solo propósito de que la Presidenta seleccionase al candidato apareció ante los ojos porteños como algo definitivamente inexplicable.
No porque en otros espacios políticos se actuara de manera diferente, sino porque para ello no hacía falta una campaña y porque, además, no se esperaba semejante proceder en la misma fuerza que impulsó una reforma electoral que decía buscar la profundización del debate interno en los partidos políticos.
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