Ya al final de su exitoso gobierno, cuando se preparaba para dejar el poder en manos de su ahijada política, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva alardeaba de haber superado la "herencia maldita" que, en términos económicos -con deuda y recesión-, le había dejado su antecesor Fernando Henrique Cardoso.
Ahora, su sucesora, Dilma Rousseff, enfrenta el desafío de sobreponerse a la "herencia maldita" que, en política, parece haberle dejado su padrino.
En tan sólo seis meses de gobierno, la gestión de Rousseff sufrió dos salidas de ministros y, en ambos casos, de hombres dejados en el poder por Lula y derrumbados por acusaciones de corrupción.
El primero en caer, el mes pasado, fue su jefe de gabinete, Antonio Palocci, y ahora el ministro de Transportes, Alfredo Nascimento. El resultado es que, a mitad de su primer año al frente del Palacio del Planalto, la presidenta ya tiene tan minado su camino como si se tratara del último semestre de su mandato.
"Es preocupante porque fueron dos escándalos de corrupción en un plazo muy corto y a muy poco tiempo de haber asumido el poder. El desgaste político es muy grande", advirtió a La Nacion el historiador y analista político Marco Antonio Villa, de la Universidad Federal de San Carlos.
En el caso de Palocci, principal articulador político de la presidencia en el Congreso e interlocutor ineludible con el sector empresarial, el daño fue mucho mayor que el que se permitió ahora Rousseff.
La presidenta -bajo el consejo del propio Lula, que intervino en la crisis- defendió a su jefe de gabinete por varias semanas hasta que ya se avecinaba una investigación por tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito en el Congreso. Era entendible: Palocci había sido su jefe de campaña durante la contienda electoral del año pasado y se había vuelto una de las personas en la que más confiaba.
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