Por Fernando Laborda | LA NACION DE BUENOS AIRES
ristina Fernández de Kirchner arrancará su segundo mandato con más problemas económicos que cuatro años atrás. Para su gobierno, sin embargo, el mayor desafío parece ser disfrazar el necesario ajuste como una redistribución que beneficie a los más pobres.
El primer problema que enfrenta la reelecta jefa del Estado es el fiscal. Los superávits gemelos del primer modelo kirchnerista quedaron atrás. Hoy el desequilibrio de las cuentas fiscales primarias sólo es disimulado por transferencias al Tesoro de la Anses y del Banco Central, con graves consecuencias en el mediano plazo. Un segundo inconveniente es el creciente déficit en materia energética. Este 2011 concluirá con un saldo negativo de casi US$ 4000 millones en el rubro combustible y energía, dado que las exportaciones se estiman en US$ 6000 millones y las importaciones, en 9800 millones. El drama se aprecia cuando se comparan estos números con los de 2006, cuando la Argentina tenía un superávit energético de unos US$ 6000 millones.
La caída del precio internacional de la soja; las perspectivas de menor crecimiento de Brasil, que afectaría el volumen de exportaciones argentinas, y una crisis europea que también provocaría una reducción de las compras de nuestros productos son un tercer desafío. El crecimiento de la inflación y su impacto en el poder adquisitivo de la gente, en especial a partir del fin de los subsidios en los servicios de agua, luz y gas, constituye el último problema. La negociación salarial y el aumento de los costos de las empresas integran la misma cuestión.
Sería una sorpresa, poco esperada, que la Presidenta anuncie mañana, en su mensaje de reasunción, medidas concretas para enfrentar esos desafíos. Todo indica, por el contrario, que Cristina Kirchner seguirá preocupada por brindar más señales de que el poder lo tiene ella, como cuando horas atrás expresó que "nada ni nadie" le hará "cambiar el rumbo". Al igual que cuando dispuso los modestos cambios en su gabinete, que marcaron la continuidad de sus políticas y de su estilo. Como si tuviera que demostrar que nadie le baja línea: ni los empresarios y sindicalistas que apostaban a la figura de Julio De Vido para la Jefatura de Gabinete, ni quienes querían empujarla a dar señales más fuertes a los mercados nombrando como ministro de Economía a alguien de la talla de Mario Blejer, por ejemplo.
El Gobierno parece más perturbado por el relato que por los nuevos problemas. Por explicar que la calidad institucional que se le reclama consiste en "darles la razón a los poderosos". Por mostrar la eliminación de subsidios como una cruzada contra ciudadanos ricos. Y por ocultar que fue este gobierno el que benefició a esos sectores durante ocho años con subsidios que no habían pedido.
El relato es lo central para el kirchnerismo. No es casual que los ataques a ciertos medios periodísticos y a la "justicia cautelar", como el relanzamiento del proyecto sobre regulaciones a la industria del papel para diarios, estén otra vez a la orden del día.
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