martes, octubre 10, 2006

La bomba norcoreana

Corea del Norte se había autoproclamado poder nuclear en febrero pasado, pero hasta ayer no hubo constancia de un hecho que altera sustancialmente el paisaje geoestratégico de Asia. Con su prueba subterránea, en abierto desafío a los reiterados llamamientos internacionales, el régimen de Pyongyang ocupa inquietantemente plaza como el más nuevo de los ocho poderes atómicos declarados, además del más temerario e incontrolado.

Las consecuencias reales del gesto tardarán en dibujarse con plenitud, pero a corto plazo serán presumiblemente más graves para la dictadura de Kim Jong-il, en forma de sanciones y represalias, que para sus vecinos más directamente concernidos. Corea del Norte, el régimen más aislado del mundo, sabe que con su estreno nuclear torpedea sus relaciones vitales con China, Corea del Sur o Rusia, además de proporcionar nueva munición al presidente Bush en su radical discurso sobre seguridad.

En el ámbito regional, la prueba atómica norcoreana, sea cual fuere su valor militar real, asesta un mazazo a la política de Seúl de apaciguamiento a ultranza y constituye un regalo envenenado para el próximo secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, en la misma víspera de su confirmación por el Consejo de Seguridad. Sacude también los cimientos estratégicos de Japón. De ahí a una escalada militar no hay más que un paso. Tokio, pese a contar como Seúl con el paraguas protector estadounidense, se considera el país más vulnerable en caso de un eventual ataque de Pyongyang, cuyos misiles han cruzado el mar de Japón en varias ocasiones.

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