El presidente Luiz Inácio Lula da Silva emergió ileso de una ola de escándalos de corrupción, conquistó la reelección a caballo de las legiones de pobres y promete en su segundo mandato poner por fin a Brasil en la senda del crecimiento económico estable. Lula dio la vuelta a todas las encuestas que doce meses atrás predecían que los brasileños lo castigarían por los actos de corrupción que involucraron a miembros de su gobierno y de su izquierdista Partido de los Trabajadores (PT). En medio de tormentas que parecían no cesar, ostentó la bandera de la estabilidad económica, acusó a las ''élites'' de querer deshacerse del primer presidente de origen humilde y buscó los frutos de sus políticas asistencialistas que mitigaron las penurias de 44 millones de los 187 millones de brasileños. ''Cuando el nordestino no muere antes de los cinco años, sobrevive mucho tiempo'', repetía en medio de las adversidades este ex obrero metalúrgico nacido en 1945 en esa empobrecida zona de Brasil.
La campaña dio resultados. El 29 de octubre derrotó en la segunda vuelta al socialdemócrata Geraldo Alckmin, por 61 por ciento a 39 por ciento de los votos. Un mes después, su popularidad alcanzó a 71 por ciento, un índice superior al que tenía el 1 de enero del 2003 cuando asumió la presidencia, según el instituto de opinión pública Ibope. ''Es preciso comprender que las personas tienen una jerarquía de preferencias. Puede no gustarles la corrupción del gobierno, pero les gusta la política social'', comentó el cientista político Jairo Nicolau en el diario O Estado de Sao Paulo.
La economía brasileña está hoy en mejores condiciones que hace cuatro años cuando Lula llegó al poder, cercado por los recelos de su discurso izquierdista hostil al capital y a los organismos multilaterales. Con una política económica poco alejada de las posturas liberales, Lula canceló anticipadamente las deudas con el Fondo Monetario internacional; la inflación, otrora un azote de los brasileños, ronda el 4 por ciento anual y el Banco Central tiene reservas por $83,000 millones. La cantidad de brasileños bajo la línea de pobreza disminuyó un 19.18 por ciento entre el 2003 y el 2005. Hoy son el 22.7 por ciento de la población en vez de 28.2 por ciento hace tres años, según la Fundación Getulio Vargas. El ingreso medio aumentó un promedio de 4.8 por ciento por año, pero el incremento fue más rápido entre los más pobres y se situó en 8.4 por ciento, según cifras oficiales. El índice Gini, que mide la amplitud de la desigualdad, bajó 3.6 por ciento entre el 2002 y el 2005, según el instituto oficial IBGE. No obstante, el 10 por ciento de los brasileños más ricos aún concentran el 45.1 por ciento de la renta mientras que la mitad de la población pobre no recoge más del 14.1 por ciento en total.
El talón de Aquiles del gobierno de Lula son las débiles tasas de crecimiento y economistas advierten que el futuro de Brasil está seriamente comprometido a menos que crezca al ritmo de los demás países emergentes. Brasil creció 0.5 por ciento en el 2003; 4.9 por ciento en el 2004 y 2.3 por ciento en el 2005, apenas mejor Haití en América Latina. Si la proyección oficial de 3 por ciento en el 2006 se confirma, el promedio de los cuatro años habrá sido 2.67 por ciento. Lula está presionado por su partido y grupos sociales para darle una impronta más ''izquierdista'' a su gobierno, lo que implicaría una mayor laxitud en el gasto público. Sin embargo, el mandatario promete no ceder a la tentación del gasto. El presidente dice que su objetivo es que Brasil crezca a un ritmo de 5 por ciento, pero advirtió que no lo hará a cualquier costo. ''Vamos a hacer eso con gran responsabilidad en el área fiscal y control de la inflación. Solo así vamos a entrar definitivamente en la ruta del crecimiento a largo plazo'', advirtió. Economistas y empresarios le reclaman frenar el gasto público y, particularmente, que reforme el régimen de prensiones y jubilaciones, cuyo déficit es de unos $20,000 millones. Lula se niega a hacerlo, asegurando que el crecimiento económico permitirá crear más empleo y, por ende aumentar la recaudación. La Federación de Industrias de Sao Paulo (FIESP) advirtió que Brasil seguirá con un crecimiento económico del orden de 3 por ciento el año próximo si no se acomete una política de reducción de la carga fiscal y de las tasas de interés. El primer escenario que prevé la FIESP, y que denomina ''de continuidad'', establece una tasa de interés de 12 por ciento en el 2007 contra el actual 13.25 por ciento, un aumento del gasto público y el mantenimiento del real valorizado frente al dólar. En contrapartida, un escenario de ''cambio'' permitiría crecer 4.5 por ciento en el 2007 si el gobierno reduce el gasto público, acelera la baja de los intereses hasta situarlos en 9 por ciento y debilita al real para estimular las exportaciones.
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