Cualquier colombiano de más de 40 años recuerda haber visto, el 20 de julio de 1969, en un televisor en blanco y negro, a Neil Armstrong dar el primer paso del hombre en la Luna. Lo que pocos recuerdan es que esa hazaña, entonces celebrada en el mundo entero, tuvo lugar en buena parte porque, 12 años antes, la Unión Soviética había sorprendido a todos -y desafiado a los Estados Unidos- con una pequeña esfera de aluminio de algo más de 50 centímetros de diámetro y 80 kilogramos de peso, que se convirtió en el primer objeto fabricado por el hombre en llegar al espacio: se trataba del primer satélite artificial, el célebre Sputnik, de cuyo lanzamiento se cumplen hoy 50 años.
Al comienzo, el lanzamiento -como lo contó el hijo del entonces líder soviético, Nikita Kruschev, en columna que publicamos el domingo pasado- apenas si fue noticia en Moscú, pero la reacción en Occidente y, en especial en Estados Unidos, fue todo lo contrario. En plena Guerra Fría, el anuncio sacudió a Washington como un desafío. El presidente Eisenhower fue duramente criticado por permitir a los rusos tomar la delantera tecnológica en tan sensible área. Al año siguiente, cuando los Estados Unidos culminaron con éxito el lanzamiento de su primer satélite, Explorer I, ya Sputnik II había llevado a la perrita Laika -otro nombre célebre de esos años- a orbitar en el espacio, con lo cual la carrera espacial no hizo sino agudizarse. Pero era, a la vez, una carrera armamentista, pues todo giraba en torno de la tecnología de misiles, con cohetes de potencia suficiente para llegar al espacio.
Pronto, equipos especiales de científicos estaban trabajando a toda marcha en Estados Unidos para empatar y sobrepasar a los rusos. En la campaña electoral de 1960, en la que John F. Kennedy ganó la Presidencia, el tema fue uno de los más debatidos. Y otro evento sin precedente solo hizo más urgente la preocupación y el sentimiento de derrota entre los gringos: en abril de 1961, el ruso Yuri Gagarin dio vuelta a la Tierra en una cápsula. La URSS ganaba así, también, la carrera por poner al primer hombre en el espacio.
Poco después, el presidente Kennedy anunciaba el programa Apolo, que al cabo de unos cuantos años llevaría, primero al Apolo 8 a orbitar la Luna, y, el 20 de julio de 1969, al mundo entero a asistir a los primeros pasos del hombre en el satélite terrestre.Siguieron varias misiones del Apolo. Pero, desde ese momento, la carrera espacial perdió ritmo. Lanzar hombres y aparatos al espacio se volvió rutina -peligrosa, como lo recordaron las explosiones de los transbordadores Challenger y Columbia, en 1986 y el 2003-. Rusos, estadounidenses y europeos tienen sus programas espaciales y sus cosmódromos. Baikonur y Houston han entrado en el léxico de todos. Varios países cuentan con satélites propios (y misiles), cuyo uso va del espionaje a la meteorología.
La exploración no tripulada ha llegado a Marte, a Venus, a otros planetas del sistema solar y los telescopios escudriñan el confín de los tiempos. La disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, en 1991, abrieron la posibilidad de la Estación Espacial Internacional. Ha surgido hasta el turismo espacial, a precios solo al alcance de excéntricos multimillonarios. Pero el hombre no ha vuelto a poner pie en otros planetas y esa posibilidad no parece cercana. Otras parecen ser las preocupaciones del momento, en lugar de invertir las astronómicas cifras que demandaría llevar al ser humano más y más lejos en la exploración del espacio. Quizá sea demasiado costoso, o prematuro. O quizá, sencillamente, el aliciente de la competencia -ese que despertó el pequeño Sputnik el 4 de octubre de 1957- ha desaparecido.
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