Cientos de miles de personas, quizás casi un millón, marcharon de nuevo en las ciudades colombianas y varias del extranjero para expresar su solidaridad con todas las víctimas y su rechazo a paramilitares y demás grupos que siembran el terror en el país.
La marcha tenía todo en contra. La crisis con Ecuador y Venezuela distrajo la atención de los medios que no pudieron convocar con la misma dedicación que en la marcha anterior. También creó nerviosismo entre muchos ciudadanos que creyeron que con semejante tensión, el ambiente no estaba para salir a marchar. A diferencia de la marcha del 4 de febrero, el gobierno no la auspició, e incluso algunas de sus figuras trataron de deslegitimarla. Además, muchas de las víctimas del paramilitarismo son campesinos que no tienen los medios para viajar a la ciudad a protestar. Y, para completar, era la segunda marcha en menos de un mes y no es fácil movilizar a un país en tan corto tiempo, y después de una manifestación tan contundente como la de febrero.
Sin embargo la marcha funcionó. No fue tan masiva ni tan gigante, pero lo suficientemente nutrida y constante para hacer sentir la solidaridad ciudadana en todo el país. Miles de estudiantes, desplazados, campesinos, educadores, familiares de víctimas y colombianos del común salieron en todas la ciudades de Colombia a marchar y también en varias ciudades del exterior.
Es difícil hacer cálculos de cuántos salieron a la calle a protestar, pero según observadores de las diferentes ciudades, quizás alcanzó el millón de personas. En Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Barranquilla y en casi todas las demás capitales colombianas, los caminantes protestaron contra todas las formas de violencia. Los estudiantes en Bogotá recrearon con pequeñas obras de teatro callejero las masacres de los paramilitares contra civiles o las torturas a las que han sido sometidos muchos inocentes. En Medellín, las organizaciones de víctimas montaron actos simbólicos que invitaban a la solidaridad y a la compresión de su dolor. Otros familiares víctimas en todo el país contaron a los medios sus historias: la madre del desaparecido, el padre del asesinado, el campesino que perdió su tierra. Algunos de ellos era la primera vez que podían hacer oír sus voces y sus reclamos por todo el territorio.
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La marcha tenía todo en contra. La crisis con Ecuador y Venezuela distrajo la atención de los medios que no pudieron convocar con la misma dedicación que en la marcha anterior. También creó nerviosismo entre muchos ciudadanos que creyeron que con semejante tensión, el ambiente no estaba para salir a marchar. A diferencia de la marcha del 4 de febrero, el gobierno no la auspició, e incluso algunas de sus figuras trataron de deslegitimarla. Además, muchas de las víctimas del paramilitarismo son campesinos que no tienen los medios para viajar a la ciudad a protestar. Y, para completar, era la segunda marcha en menos de un mes y no es fácil movilizar a un país en tan corto tiempo, y después de una manifestación tan contundente como la de febrero.
Sin embargo la marcha funcionó. No fue tan masiva ni tan gigante, pero lo suficientemente nutrida y constante para hacer sentir la solidaridad ciudadana en todo el país. Miles de estudiantes, desplazados, campesinos, educadores, familiares de víctimas y colombianos del común salieron en todas la ciudades de Colombia a marchar y también en varias ciudades del exterior.
Es difícil hacer cálculos de cuántos salieron a la calle a protestar, pero según observadores de las diferentes ciudades, quizás alcanzó el millón de personas. En Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Barranquilla y en casi todas las demás capitales colombianas, los caminantes protestaron contra todas las formas de violencia. Los estudiantes en Bogotá recrearon con pequeñas obras de teatro callejero las masacres de los paramilitares contra civiles o las torturas a las que han sido sometidos muchos inocentes. En Medellín, las organizaciones de víctimas montaron actos simbólicos que invitaban a la solidaridad y a la compresión de su dolor. Otros familiares víctimas en todo el país contaron a los medios sus historias: la madre del desaparecido, el padre del asesinado, el campesino que perdió su tierra. Algunos de ellos era la primera vez que podían hacer oír sus voces y sus reclamos por todo el territorio.
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