jueves, octubre 23, 2008

'Quiero ser decapitado y no fusilado'

Ninguno de los 202 asesinados en dos discotecas de Bali hace seis años pudo elegir su muerte. Amrozi Nurhashyim, el terrorista que tomó la decisión por ellos, cree que él sí merece ese privilegio. Amrozi y dos de sus socios en la masacre, Ali Gufron y Imam Samudra, consideran "inhumano" que su sentencia a muerte vaya a ser ejecutada mediante fusilamiento. Prefieren que se les corte la cabeza, un método que consideran "más islámico", según el recurso presentado por sus abogados.





Quienes estamos en contra de la pena de muerte coincidimos con las familias de algunas de las víctimas del atentado que han asegurado que no desean que se aplique ninguno de los dos métodos.

Pero difícilmente se le podría reprochar a Natalie Grezl Juniardi que cuente los días para que los autores del atentado sean fusilados. Su marido, un comerciante de tablas de surf australiano, murió en una de las dos discotecas atacadas cuando ella estaba embarazada de tres meses. "No quiero más retrasos", dice Juniardi sobre los recursos que han demorado la aplicación de la pena capital a los autores confesos del ataque.

Amrozi es conocido como el terrorista sonriente por su falta de remordimiento y las risas con las que respondió al dolor de las familias en el juicio que le condenó en 2003.

Su único lamento, dijo, era no haber matado a más gente. Preguntado recientemente si quería disculparse ante sus víctimas, su respuesta fue que no tenía "que pedir perdón a infieles".

Los tres terroristas de Bali han anunciado en repetidas ocasiones que esperaban con ansia el momento de ser ejecutados para entrar en el paraíso. Ahora que el momento ha llegado -el fiscal indonesio ha anunciado que su ejecución es inminente-, no parecen tan seguros. El paraíso puede esperar y los recursos para retrasar la ejecución no dejan de llegar a los juzgados.

Guerra contra el terrorismo

Más allá de las discrepancias sobre si un terrorista merece o no la pena de muerte, el atentado de Bali y la reacción posterior de las autoridades y el pueblo indonesio suponen una aislada, poco publicitada e importante victoria en la mal llamada guerra internacional contra el terrorismo.

Indonesia, en lugar de equipar su Estado de Derecho al de los terroristas dándoles el placer de pensar que libran contra él una guerra de tú a tú, ha optado por deslegitimar su causa y tratarla como un cuestión criminal.

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