Ha llegado la hora de deponer la intransigencia; de dejar atrás las poses heroicas sin sustento o las justificaciones cínicas, sin dignidad, en torno al golpe de Estado en Honduras. Ha llegado la hora de abrir la vía hacia la negociación de un arreglo sensato, realista y democrático a su aguda crisis política. Al fin, gracias a las gestiones de la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, tanto el mandatario depuesto, Manuel Zelaya, como el sustituto, Roberto Micheletti, han aceptado sentarse a negociar. Y será el presidente Óscar Arias quien actúe como mediador entre las partes.
Para nuestro mandatario y nuestro país, se trata, a la vez, de un claro honor y de una enorme responsabilidad. Honor, porque se reconoce la capacidad de Arias y de la diplomacia nacional para desenvolverse con buena fe, eficacia e imparcialidad en medio de la polarización hondureña. Responsabilidad, porque la misión es tan importante como difícil: obligará a un delicado equilibrio y a un intenso despliegue de creatividad diplomática, destinado a generar una salida sostenible a la crisis, con base en la realidad y apego a la democracia.
El acuerdo de mediación es, en sí, un avance. Ha roto la parálisis entre los actores clave (Zelaya y Micheletti), quienes se reunirán el jueves en la casa de Arias. Ha sacado del juego a los presidentes Hugo Chávez, Daniel Ortega y otros miembros del coro del Alba, empeñados en instrumentalizar ideológicamente la situación de Honduras y, por ello, parte del problema, no de una eventual solución. Además, ha creado una vía alterna –pero no contradictoria–, a la Organización de Estados Americanos (OEA) y, en particular, a su secretario general, José Miguel Insulza, quien, con su torpe manejo del mandato recibido por los Estados miembros, perdió credibilidad como mediador.
Cuando, el sábado anterior, la Asamblea General extraordinaria de la OEA, convocada al amparo de los artículos 20 y 21 de la Carta Democrática Interamericana, decidió “suspender” al Estado hondureño de participar en la Organización, encomendó a Insulza, como secretario general, que “junto a representantes de varios países debidamente designados” intensificara “todas las gestiones diplomáticas” y promoviera “otras iniciativas para la restauración de la democracia y el estado de derecho”. También pidió “la restitución” de Zelaya, de modo que pudiera “cumplir con el mandato para el cual fue democráticamente elegido”.
Se trató de una resolución firme, pero que abría la posibilidad de negociaciones. Sin embargo, Zelaya se empeñó en dar el espectáculo de un “regreso” a todas luces imposibles; tres presidentes sudamericanos se ofrecieron como coro para el happening , e Insulza, lejos de comenzar verdaderas gestiones diplomáticas, se convirtió en otro actor secundario de la desacertada iniciativa. El único logro fue exacerbar los ánimos y contribuir a que se crearan las condiciones para más violencia en Honduras, y un joven de 19 años pagó con su vida.
Pocas veces la diplomacia colectiva hemisférica había ofrecido un espectáculo tan descontrolado, inútil y lamentable como el del frustrado retorno de Zelaya. Con él, Insulza quedó totalmente descalificado; peor aún, transfirió esa condición a la propia OEA. Es algo realmente lamentable. Pero, al menos, pareciera que el Presidente derrocado ha aprendido del fracaso. Su cambio de actitud, sumado a las gestiones de Clinton, la disposición de Micheletti y la credibilidad de Arias, condujeron a que se abra una real oportunidad para la negociación y, ojalá, el pleno restablecimiento de la democracia y la paz en Honduras.
Garantías de éxito no existen. Sin embargo, las posibilidades de alcanzarlo son mucho mayores hoy que hace apenas un día. Como demócratas y como costarricenses, debemos sentirnos satisfechos.
Fuente: Editorial del diario La Nación de Costa Rica
Para nuestro mandatario y nuestro país, se trata, a la vez, de un claro honor y de una enorme responsabilidad. Honor, porque se reconoce la capacidad de Arias y de la diplomacia nacional para desenvolverse con buena fe, eficacia e imparcialidad en medio de la polarización hondureña. Responsabilidad, porque la misión es tan importante como difícil: obligará a un delicado equilibrio y a un intenso despliegue de creatividad diplomática, destinado a generar una salida sostenible a la crisis, con base en la realidad y apego a la democracia.
El acuerdo de mediación es, en sí, un avance. Ha roto la parálisis entre los actores clave (Zelaya y Micheletti), quienes se reunirán el jueves en la casa de Arias. Ha sacado del juego a los presidentes Hugo Chávez, Daniel Ortega y otros miembros del coro del Alba, empeñados en instrumentalizar ideológicamente la situación de Honduras y, por ello, parte del problema, no de una eventual solución. Además, ha creado una vía alterna –pero no contradictoria–, a la Organización de Estados Americanos (OEA) y, en particular, a su secretario general, José Miguel Insulza, quien, con su torpe manejo del mandato recibido por los Estados miembros, perdió credibilidad como mediador.
Cuando, el sábado anterior, la Asamblea General extraordinaria de la OEA, convocada al amparo de los artículos 20 y 21 de la Carta Democrática Interamericana, decidió “suspender” al Estado hondureño de participar en la Organización, encomendó a Insulza, como secretario general, que “junto a representantes de varios países debidamente designados” intensificara “todas las gestiones diplomáticas” y promoviera “otras iniciativas para la restauración de la democracia y el estado de derecho”. También pidió “la restitución” de Zelaya, de modo que pudiera “cumplir con el mandato para el cual fue democráticamente elegido”.
Se trató de una resolución firme, pero que abría la posibilidad de negociaciones. Sin embargo, Zelaya se empeñó en dar el espectáculo de un “regreso” a todas luces imposibles; tres presidentes sudamericanos se ofrecieron como coro para el happening , e Insulza, lejos de comenzar verdaderas gestiones diplomáticas, se convirtió en otro actor secundario de la desacertada iniciativa. El único logro fue exacerbar los ánimos y contribuir a que se crearan las condiciones para más violencia en Honduras, y un joven de 19 años pagó con su vida.
Pocas veces la diplomacia colectiva hemisférica había ofrecido un espectáculo tan descontrolado, inútil y lamentable como el del frustrado retorno de Zelaya. Con él, Insulza quedó totalmente descalificado; peor aún, transfirió esa condición a la propia OEA. Es algo realmente lamentable. Pero, al menos, pareciera que el Presidente derrocado ha aprendido del fracaso. Su cambio de actitud, sumado a las gestiones de Clinton, la disposición de Micheletti y la credibilidad de Arias, condujeron a que se abra una real oportunidad para la negociación y, ojalá, el pleno restablecimiento de la democracia y la paz en Honduras.
Garantías de éxito no existen. Sin embargo, las posibilidades de alcanzarlo son mucho mayores hoy que hace apenas un día. Como demócratas y como costarricenses, debemos sentirnos satisfechos.
Fuente: Editorial del diario La Nación de Costa Rica


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