
David Cameron, de 43 años, entró ayer en Downing Street convertido en el primer ministro británico más joven desde 1812 y pactó la formación de un Gobierno de coalición con el Partido Liberal-Demócrata de Nick Clegg. Tras 13 años en la oposición, los conservadores han vuelto al poder, enterrando así la controvertida etapa del Nuevo Laborismo y la carrera política de Gordon Brown.
El ya ex primer ministro laborista, acompañado de su mujer, Sarah, había anunciado su dimisión a las 19.20 (una hora más en la España peninsular), apenas una hora y media antes de la llegada de su sucesor, tras constatar que su propuesta de la víspera de formar una coalición de laboristas y liberales no tenía posibilidades de prosperar.
La llegada de Cameron, acompañado de su mujer, Samantha, no tuvo la brillantez de la entrada de Tony y Cherie Blair en Downing Street en aquella luminosa y ya lejana mañana del 2 de mayo de 1997. Faltó la luz y la euforia de aquel momento, pero de alguna manera estaba también fuera de lugar: el país acaba de salir de la recesión, Cameron aún no había cerrado su pacto con los liberal-demócratas y tenía poco tiempo para festejos. Tras una brevísima y algo sombría declaración en la que proclamó que los mejores días de Gran Bretaña "aún están por llegar", entró en el número 10 de Downing Street y se puso a trabajar. Su primera decisión: nombrar a George Osborne canciller del Exchequer y ministro del Tesoro. Su primera conversación de estadista: con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
La dimisión de Brown pilló por sorpresa porque no esperó a que se anunciara el acuerdo entre conservadores y liberal-demócratas. El pacto alcanzado por los negociadores fue debatido y ratificado por el partido de Clegg sobre la una de la madrugada.
Los tories fueron los más votados y los que más escaños obtuvieron en las elecciones del jueves pasado, pero con 307 diputados se quedaron lejos de los 326 que marca la mayoría absoluta. Al sumarse los liberales, el nuevo Gobierno debería tener una confortable mayoría con 364 diputados.
Laboristas y liberal-demócratas sólo habrían sumado 315 escaños y habrían necesitado el apoyo de los partidos nacionalistas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte para gobernar. Eso, y la presencia de Gordon Brown primero y después de un líder laborista que no habría pasado por las urnas, hacía muy difícil que un Gobierno Lib-Lab tuviera el apoyo de la opinión pública.


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