La dependencia de los hidrocarburos a la que está atada la humanidad consume cada día 85 millones de barriles de petróleo; los pozos de fácil acceso se agotan; las empresas petroleras extraen crudo en el fondo del mar mediante sofisticados sistemas y, como resultado, no es raro que ocurran accidentes. Esta es, en síntesis, la historia de lo que acaba de suceder en el Golfo de México, donde tres escapes de una explotación submarina de la British Petroleum (BP) contaminan desde el 20 de abril las aguas del Caribe con 10.000 galones por hora y seguirán haciéndolo durante unos tres meses más. Solo entonces la empresa podrá poner en marcha un sistema de drenajes para aliviar las fugas.
El percance ocurrió al hundirse la plataforma petrolera que llevaba el irónico nombre de Horizonte de Aguas Profundas después de una explosión que causó la muerte a 11 personas. A partir de ese momento empezaron algunas zonas del océano a cubrirse de negro, apocalíptico paisaje que suele repetirse con alguna frecuencia. A fin de evitar que la catástrofe le pasara una cuenta de cobro tan elevada, como la que pagó en popularidad George W. Bush cuando el huracán 'Katrina' asoló en el 2005 a Nueva Orleans, el presidente Barack Obama salió de inmediato a alertar a las autoridades para impedir la llegada de la marea negra a costas estadounidenses y atribuir responsabilidades a la BP. La petrolera británica aceptó que deberá pagar los platos rotos.
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