Lo que acaba de desatarse con la prueba que atribuye a Pyongyang el hundimiento de una corbeta surcoreana y la consecuente muerte de 46 marineros es el incidente militar más grave entre las dos Coreas desde que un armisticio -y no un tratado de paz- puso fin a la guerra hace medio siglo, en 1953.
Y, en consecuencia, enciende la alerta más grave en la península para el gobierno de Barack Obama, que ayer renovó su presión para evitar que el cruce derive en un choque armado, al tiempo que no puede dejar de admitir que la situación se vuelve difícil de tolerar.
La escalada de las últimas horas abrió un desafío en toda la regla para una diplomacia que, sin éxito, viene intentando que Corea del Norte deponga lo que considera "actitudes belicistas"; primero, por sus ensayos nucleares y ahora, con la amenaza de "guerra total" contra Corea del Sur si ésta persiste en la represalia por el hundimiento.
Fue una mañana difícil para la Casa Blanca. Apenas había despuntado el día cuando la sede del gobierno decidió dos cosas. Primero, alinearse por completo con Seúl y, en forma inmediata, disponer medidas militares adicionales en una zona donde ya tiene desplegados más de 28.000 efectivos.
La tercera pata de la acción apuntó al eje de la cuestión, esto es: el esfuerzo diplomático. Si algo intentaba ayer la administración de Obama era convencer al gobierno de China -tradicional aliado de Corea del Norte- para que se sume al acoso diplomático contra Pyongyang.
"El gobierno chino entiende la gravedad de la situación ante la que nos encontramos", afirmó la secretaria de Estado Hillary Clinton, a quien el incidente sorprendió en viaje oficial a Pekín.
"Corea del Norte debe entender que no todo puede continuar como hasta ahora, y China y Estados Unidos tienen que cooperar para responder al serio desafío [que implica el hundimiento de la corbeta surcoreana]", agregó Clinton. E insistió: "Pocos problemas pueden ser resueltos por Estados Unidos o China si actúan solos. No estaremos de acuerdo en todos los temas, pero discutiremos abiertamente como amigos y compañeros".
"La verdad es que los norcoreanos se verían más presionados para deponer su actitud si dejaran de contar con el respaldo que tienen en China", admitió Michael Green, experto en cuestiones asiáticas del Center for International Studies, en esta ciudad, al ser consultado al respecto.
La movida de Washington
La posición de Obama fue indubitable a la hora de tomar partido por Corea del Sur. Y pidió a Pyongyang que detuviera su "comportamiento beligerante y amenazante".
Todo ello viene abonado con la más audaz de las decisiones de Washington; esto es, la movilización de militares para realizar operaciones militares conjuntas en coordinación con el gobierno de Seúl. "Son maniobras que empezaremos muy pronto", confirmó Bryan Whitman, uno de los voceros del Pentágono.
La Casa Blanca fue más lejos. Y por indicación de Obama se ordenó a los mandos militares en la región que estuvieran atentos para evitar "futuras agresiones", según se informó.
Ante la alarma que eso generó, el vocero presidencial, Robert Gibbs, intentó poner las cosas en su justo término, esto es, con un apoyo incondicional a Seúl, pero sin mostrar las cartas en un discurso más firme contra Corea del Norte, que se ha escuchado hasta ahora en el gobierno de Obama.
Nadie quiere hablar de reacciones militares, pero el discurso afirma que, si la agresión se repite, la respuesta no tardará en llegar.
Por lo pronto, la mira está puesta en el resultado que puedan arrojar las presiones diplomáticas y comerciales.
Aquí hay coincidencia en que es el respaldo de Estados Unidos el que alienta las expectativas de reparación de Seúl que, mientras tanto, ha lanzado una ofensiva comercial destinada a erosionar aún más la debacle económica de su empobrecido vecino.
El congelamiento del comercio transfronterizo, anunciado por Seúl, afectará un intercambio con el que la arruinada economía norcoreana obtiene no menos de 300 millones de dólares, gracias a la exportación de textiles y alimentos de origen marino.
Estudios privados coinciden aquí en que Pyongyang depende de Seúl para el 80% de su comercio exterior y para el 35% de su producto bruto interno, y que todo ello podría verse afectado de algún modo.
Lo que se ignora es si ese lenguaje será suficiente.