Los escenarios que se abren para José Miguel Insulza tras el quíntuple empate registrado ayer en la elección del secretario general de la OEA, en el análisis de Libardo Buitrago.
Dos son los escenarios: Uno, que Chile y México insistan en presentar a sus candidatos el próximo 2 de mayo y que, mediante un frenético lobby, defiendan los 17 votos ya obtenidos e intenten ganar el que les daría el triunfo. De mantenerse este terco e inédito empate, en cambio, queda abierta la puerta para la aparición de un tercer postulante de consenso. En este contexto, y pese a las críticas por el triunfalismo que exhibió el canciller Ignacio Walker, Chile trabajará con el primer escenario, es decir, luchará por ese esquivo decimo octavo voto.
Con todo, esta peculiar elección de secretario general de la Organización de Estados Americanos puede ser vista como un fracaso, no de la democracia, porque a fin de cuentas la diversidad de opiniones es el sustento de ésta, pero sí de la gran posibilidad de unidad antes y después del nombramiento de este funcionario. El episodio de Washington, ciudad sede de la OEA, reveló una grave falta de integración entre los latinoamericanos. Ya avanzado el siglo XXI, la región no ha podido superar la herencia de siglos de colonialismo y una tendencia a buscar cobijo en esferas de influencia, en vez de retomar el ideal de una visión común de lo que más conviene a nuestro continente en el futuro.
La negativa de cualquiera de los países a cambiar su voto, además, revela una polarización en el continente. Preocupa también la percepción de que un voto por el canciller mexicano equivaldría a uno en favor de Estados Unidos y de que un sufragio por Inzulza sería de apoyo al presidente venezolano Hugo Chávez. En este sentido, cabe subrayar que se necesita una ruta de integración similar a la adoptada por la Unión Europea, en donde a pesar de las discrepancias políticas internas, nadie pone en duda la necesidad de continuar con los procesos de unificación plena: "Unidad en la diversidad" es su consigna. Es necesario desechar con argumentos convincentes la impresión de que se busca el liderazgo de la OEA para servir a alguien. Lo que debe imperar es cuál va a ser el futuro de la OEA. Su fortalecimiento. Que cumpla un rol de promoción, integración y desarrollo real. Que todos los conflictos se traten en su interior, pero que básicamente sea la gran palanca y el motor de la unidad continental. Cuando el organismo se vuelva a reunir, para romper esta penosa trabazón, resultará importante que predomine el interés de los latinoamericanos por buscar su integración, su apoyo común y la salvaguarda de su identidad e independencia. Esa es la tarea que habrá de buscar cualquier candidato y, en su caso, el nuevo secretario general de la OEA
Dos son los escenarios: Uno, que Chile y México insistan en presentar a sus candidatos el próximo 2 de mayo y que, mediante un frenético lobby, defiendan los 17 votos ya obtenidos e intenten ganar el que les daría el triunfo. De mantenerse este terco e inédito empate, en cambio, queda abierta la puerta para la aparición de un tercer postulante de consenso. En este contexto, y pese a las críticas por el triunfalismo que exhibió el canciller Ignacio Walker, Chile trabajará con el primer escenario, es decir, luchará por ese esquivo decimo octavo voto.
Con todo, esta peculiar elección de secretario general de la Organización de Estados Americanos puede ser vista como un fracaso, no de la democracia, porque a fin de cuentas la diversidad de opiniones es el sustento de ésta, pero sí de la gran posibilidad de unidad antes y después del nombramiento de este funcionario. El episodio de Washington, ciudad sede de la OEA, reveló una grave falta de integración entre los latinoamericanos. Ya avanzado el siglo XXI, la región no ha podido superar la herencia de siglos de colonialismo y una tendencia a buscar cobijo en esferas de influencia, en vez de retomar el ideal de una visión común de lo que más conviene a nuestro continente en el futuro.
La negativa de cualquiera de los países a cambiar su voto, además, revela una polarización en el continente. Preocupa también la percepción de que un voto por el canciller mexicano equivaldría a uno en favor de Estados Unidos y de que un sufragio por Inzulza sería de apoyo al presidente venezolano Hugo Chávez. En este sentido, cabe subrayar que se necesita una ruta de integración similar a la adoptada por la Unión Europea, en donde a pesar de las discrepancias políticas internas, nadie pone en duda la necesidad de continuar con los procesos de unificación plena: "Unidad en la diversidad" es su consigna. Es necesario desechar con argumentos convincentes la impresión de que se busca el liderazgo de la OEA para servir a alguien. Lo que debe imperar es cuál va a ser el futuro de la OEA. Su fortalecimiento. Que cumpla un rol de promoción, integración y desarrollo real. Que todos los conflictos se traten en su interior, pero que básicamente sea la gran palanca y el motor de la unidad continental. Cuando el organismo se vuelva a reunir, para romper esta penosa trabazón, resultará importante que predomine el interés de los latinoamericanos por buscar su integración, su apoyo común y la salvaguarda de su identidad e independencia. Esa es la tarea que habrá de buscar cualquier candidato y, en su caso, el nuevo secretario general de la OEA
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