viernes, junio 24, 2005

Carlos Gardel: no habrá ninguno igual

Hoy se cumplen setenta años del accidente que terminó con la vida del gran artista popular, que sigue vivo en la memoria y que cada día canta mejor. La desoladora resignación con que Carlos Gardel cantaba los versos de "Volver" obliga a aceptar que realmente tenía la certeza de que "es un soplo la vida". La suya resultó eso, un suspiro sin ímpetu suficiente para durar cuarenta y cinco años, que se inició en Toulouse el 11 de diciembre de 1890, y se detuvo hace hoy siete décadas en un aeropuerto perdido de Colombia, luego de enormes logros artísticos como cantante, compositor y figura del cine y gran aceptación popular como número escénico en varias partes del mundo, pero sin alcanzar nunca algo que pareciera felicidad o, por lo menos, sosiego. Como él decía, setenta años no es nada, apenas otro aniversario terminado en cero en el que corresponde humedecer viejas lágrimas y proceder al recuento de daños, no la nómina de guitarristas y tripulantes estrellados en la pista de Medellín o el dolor de amigos y abusadores, sino las consecuencias del accidente en el género que creó de la nada: el tango-canción, aunque también interpretaba eficazmente rumbas, fados, fox-trots, valses, jotas y otros veintitantos géneros sin ninguna relación con la música porteña. Seguramente le quedaban algunas películas por filmar y quién sabe cuántas grandes canciones por escribir, pero más allá del desmesurado impacto emocional que significó su desaparición, el fin de Gardel no tuvo consecuencias terribles en la música de entonces debido a que su aporte ya era indestructible. Como cantante ante todo, porque, lo que hizo Bing Crosby en inglés, él lo anticipó aquí en castellano: el bosquejo de la fisonomía del cantante popular para el siglo XX, una ruptura con toda la tradición de zarzuela, opereta o varieté que empezó por la búsqueda de una temática realista y se extendió a la manera de interpretarla, persuasiva, sugerente y todo lo sensual que las buenas costumbres permitían. El crecimiento de Carlos Gardel de cantor criollo y animador de comités desaprovechado en dúos con José Razzano a la categoría de solista de voz prodigiosa que interpretaba las angustias urbanas con el temperamento de un gran actor -el estreno de "Mi noche triste" permite fechar esa transformación en 1917- produjo simultáneamente el nacimiento de un cancionero variado, con temática que abarcaba todas las posibilidades entre la tragedia sentimental y la caricatura costumbrista. Con semejante repertorio, que no hubiera existido sin él como destinatario, excepcionales dotes vocales y la intuición para encontrar el énfasis exacto, Gardel se reinventó en canciones, transformándose en el protagonista de cada tango con tanta exactitud que logró confundir su verdadera y misteriosa personalidad con los estereotipos de farrista perdedor que le escribió Cadícamo o el existencialista desolado de las letras de Le Pera. Al contrario de sus principales competidores, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi, que rara vez abandonaban el país, en cuanto quedó consagrado como el principal exponente del tango, Gardel no hizo más que viajar, cada vez por períodos más prolongados. Impuso su nombre y el tango en España y Francia, pero a costa de una pérdida de presencia aquí, donde la ansiedad que al principio generaron sus ausencias se fue transformando en indiferencia a medida que se volvió habitual verlo en cine. Otra gira europea a fines de 1933 y luego el cruce a los Estados Unidos para filmar cuatro películas en nueve meses, además de componer para ellas "El día que me quieras", "Por una cabeza", "Cuesta abajo" y otras maravillosas melodías, lo mantuvieron más tiempo que nunca fuera de Buenos Aires, adonde estaba volviendo sin apuro ni entusiasmo -le era difícil encontrar teatro y criticaban muy duramente su repertorio internacional- cuando el avión chocó en Medellín. El tango no pasaba por un buen momento de popularidad y la muerte de Gardel, que desde hacía mucho se había abierto a un repertorio internacional con temas en italiano y francés, no empeoró una situación difícil que pronto iba a cambiar, porque justo una semana después del accidente Juan D´Arienzo grabó por primera vez con la orquesta desencadenante de un boom bailable en el que los cantores no participaron hasta la década siguiente, cuando el tango-canción renació con una nueva generación de compositores y vocalistas inevitablemente gardelianos. Junto con Jorge Luis Borges, Carlos Gardel es el creador argentino sobre el que más libros se han publicado, pero al contrario del escritor, cuya obra esencial siempre estuvo disponible, la presencia de Gardel en discos compactos es insuficiente y consiste en ediciones arbitrarias, breves, desinformadas, reiterativas, mal presentadas y, lo más grave, con sonido muy por debajo de lo que corresponde a un genio de su magnitud. En la figura de Carlos Gardel se condensan facetas y se entremezclan los mitos: el actor que hacía suspirar a las mujeres, el amante de las carreras de caballos, el buen amigo y el que ante todo anteponía su pasión por la música y que le dio al mundo un nuevo género: el tango canción.

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