Publicado en El Diario.Fecha : 5/31/2005 5:00:00 AM
Si no fuera por los letreros en chino y los característicos colores, rojo y oro, Beijing podría estar en cualquier lugar del mundo. El inusitado tráfago de máquinas, obreros y camiones tolva, ha dejado al descubierto un nuevo indicador: el factor grúa que da una plena dimensión a la forma acelerada en que se está produciendo una transformación de la capital de China para estar en su mejor forma de cara a los juegos olímpicos de 2008. Pocas ciudades han cambiado tan diametralmente su paisaje en pocos años y Beijing es el mejor símbolo de esto. El contraste de la milenaria cultura, los símbolos del poder, se juegan a cada minuto. Las villas de los años cuarenta dejan su paso a torres de edificios que hacen difícil de identificar la ciudad en las postales. La Ciudad Prohibida, la Plaza de Tiananmen, el Templo de los Lamas, el Palacio de Verano, resisten este profundo cambio de piel de Beijing. Están ahí presentes para ser los testigos de la vieja Beijing. La nueva es irreconocible. La capital del Norte, que es la traducción de la forma de pronunciación del mandarín, también nos arrebató lo que por años llamamos Pekín. Si se quiere fue un cambio cultural. Dejar de llamarla como los ingleses la distinguieron en su lengua y se hizo mundialmente conocida, para darle la real identidad a través del lenguaje chino, fue la primera línea en el horizonte de lo que se vendría para transformar la capital. Beijing tiene ya un norte y ese es aprovechar la realización de los Juegos Olímpicos dentro de tres años, y que esa fecha marque definitivamente el salto a ser una de las capitales más modernas del mundo.
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