jueves, junio 30, 2005

Un continente enfermo

La Segunda vespertino de Santiago -Chile- del día de ayer en la tarde trajo en su página 11 este interesante artículo, que recomiendo leer del Paul Johnson Historiador sobre la Unión Europea.
No se puede negar que Europa como entidad está enferma y que en la Unión Europea como institución reina el desorden. Pero ninguna de las soluciones que se están discutiendo actualmente puede remediar las cosas. Lo que debería deprimir a los partidarios de la unidad europea tras el rechazo por Francia y Holanda de la constitución propuesta no es tanto el fracaso de este ridículo documento como la respuesta de los dirigentes a la crisis, especialmente en Francia y Alemania. Jacques Chirac ha reaccionado nombrando primer ministro a Dominique de Villepin, un frívolo donjuán que nunca ha sido elegido para nada y es conocido principalmente por su opinión de que Napoleón debería haber ganado la batalla de Waterloo y seguir gobernando Europa. El alemán Gerhard Schröder se limitó a subir el tono de su retórica anti-estadounidense. Lo que es claramente patente entre la élite de la UE no es sólo la falta de capacidad intelectual sino una obstinación y una ceguera que bordean la imbecilidad. Como dijo el gran poeta paneuropeo Schiller: "Hay un tipo de estupidez contra la que hasta los dioses luchan en vano".Los puntos débiles fundamentales a los que hay que poner remedio si se quiere que la UE sobreviva son de tres tipos. En primer lugar, se ha intentado hacer demasiado, con demasiada rapidez y demasiado detalle. Jean Monnet, arquitecto de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, el proyecto original de la UE, siempre dijo: "Evitar la burocracia. Guiar, no dictar. Normas mínimas". Había aprendido a despreciar la Europa del totalitarismo en la que había crecido y en la que el comunismo, el fascismo y el nazismo competían por imponer normativas sobre cada aspecto de la existencia humana. Reconocía que el instinto totalitario está profundamente arraigado en la filosofía y la mentalidad europeas -en Rousseau y Hegel, así como en Marx y Nietzsche- y debe ser combatido con toda la fuerza del liberalismo, que él consideraba enraizado en el individualismo anglosajón. De hecho, durante toda una generación, la UE ha avanzado en la dirección opuesta y creado un monstruo totalitario propio, que literalmente expele normativas por millones e invade cada rincón de la vida económica y social. Las consecuencias han sido terribles: una inmensa burocracia en Bruselas, cada departamento de la cual está clonado en las capitales de todos los países miembros; un presupuesto enorme, que enmascara una corrupción inaudita, de forma que nunca se ha sometido a auditorías, y que ahora constituye una fuente de ponzoña entre los contribuyentes de los países que pagan más de lo que reciben; y sobre todo, la reglamentación de las economías nacionales a escala totalitaria.

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