domingo, abril 02, 2006

Un Papa en la historia


Juan Pablo II dominaba los tiempos. Persuadido de que la eternidad se había hecho tiempo en Cristo, lo aprovechaba para animar a los hombres a elevar su mirada hacia el cielo, sin dejar de hacerles cada vez más humanos. Basta recordar su hercúleo esfuerzo por la preparación del año 2000. No en balde la consideraba, al menos desde 1994, como una de las claves de su pontificado.Un año después de su muerte, su figura se acrecienta. En muchos, convencidos de que se abreviarán los plazos para elevarlo a los altares, resuena el eco del espontáneo Santo subito! de la plaza de San Pedro, confirmado a diario ante su tumba por unos 15.000 peregrinos. Multitud de personas habían palpado ese hálito afectuoso de quien vive lo heroico con completa sencillez.Pasa el tiempo, y se reconoce en Juan Pablo II, frente a estereotipos tópicos, que confirmó que las verdades cristianas juegan a favor de la libertad, activó la esperanza al servicio de los más débiles, y no calló ante los fuertes cuando estaba en juego la paz. Fue la autoridad moral del mundo globalizado. Sin él, tal vez siguiera en la guerra fría. En cambio, lejos de sus consejos, la unión de Europa renquea, y no se atisban salidas para Irak.Sobre todo, su figura ha sido decisiva en la Iglesia católica, tras el periodo postconciliar. Con viajes y sínodos, fomentó una creciente colegialidad que dio grandes frutos internos, como el Código de Derecho Canónico o el Catecismo de la Iglesia.Al menos desde León XIII, Roma ha tenido pontífices que parecían insustituibles hasta que se conocía al sucesor. Algo de esto se repite hoy con Benedicto XVI que, con una personalidad diversísima a la de Juan Pablo II, vuelve a ser la obligada referencia ética global entre quienes confían en la razón para ir más allá de las apariencias del acontecer.

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