Lo primero que se veía en aquella cena, la que convocó la vicepresidenta del Gobierno en el palacio de El Pardo en honor de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, eran los colores. Sentadas en el patio central del palacio, ahora cubierto de cristal, asistimos primero a un pequeño concierto. Se cantaban canciones españolas y chilenas del tiempo de nuestra generación. ‘Te Recuerdo Amanda’, ‘Palabras para Julia’ , ‘Libre te quiero’. En un momento levanté la cabeza hacia el cielo. Y vi reflejado en el cristal del techo una escena magnífica: enmarcado en el azul de una tarde anochecida, se reflejaba un cuadrado perfecto, punteado de colores. Éramos las mujeres que, abajo, escuchábamos cantar y que, menos mal, íbamos vestidas de todos los colores. Si ésta hubiera sido una reunión de hombres, que son las más frecuentes, el cuadro no se habría podido ver porque habría sido el azul de la tarde enmarcando una mancha oscura. Esa es, probablemente, la diferencia más visible entre una reunión femenina y una masculina, y esa fue la impresión más inmediata que tuve de que, efectivamente, aquella era una cena con presencia masiva de mujeres. Pero yo había ido allí a conocer a la presidenta chilena, que hizo un discurso oficial y ortodoxo en los primerísimos minutos: encuentros productivos, acuerdos bilaterales, la tradicional amistad, muy agradecida a la hospitalidad demostrada, etc, etc.
Lo bueno vino a continuación. Bachelet soltó los papeles y continuó hablando a pelo. Fue entonces cuando entró en un discurso político, muy político, sobre la relación entre las mujeres y el poder pero sabiamente envuelto en agudeza, en originalidad y en humor. El público se reía porque las presentes entendíamos muy bien de lo que estaba hablando. Luego, acabado el tramo protocolario, pude escuchar largamente a Michelle Bachelet explicar la situación de su país, sus proyectos y sus dificultades. Es de carácter firme, pero lo bastante inteligente como para imponer sus decisiones evitando las escoceduras. Un ejemplo de lo que digo: cuando explicaba su decisión de formar un Gobierno paritario, y de que la paridad se extendiera en los niveles inferiores de la Administración, contó una anécdota ilustrativa. Dijo con ese acento suave y dulce de los chilenos: "Y cuando ya hice el Gobierno, que era un gobierno por la igualdad, yo los reuní a todos, almorzamos, brindamos, celebramos el comienzo de la legislatura y, al final, les dije: "Pero, de verdad, ¿quieren saber ustedes por qué decidí que este gobierno fuera paritario? ¡Para que podamos bailar!"". Solo una señora puede permitirse una broma así. Y solo una señora que es consciente de su autentica autoridad. Muy interesante la cena. Y muy divertida
Fuente: Blog del diario El Mundo de España
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