Los profesores de la Universidad Islámica mostraban en los últimos meses las instalaciones de una institución que es motivo de orgullo y uno de los buques insignia de Hamás. Ayer apestaba a quemado. Los docentes deambulaban de un edificio a otro del campus observando atónitos los enormes destrozos. La Guardia Presidencial -leal al mandatario Mahmud Abbas y a Al Fatah, su partido- arrasó el viernes el centro académico, ubicado en la ciudad de Gaza. Es un órdago a Hamás en toda regla. Nadie duda de que, tarde o temprano, habrá respuesta, y que será muy contundente.
A la entrada de la biblioteca, tres vainas de los cohetes lanzados el viernes dan la bienvenida al visitante, junto a varios tomos de una hemeroteca calcinados. Desde las escaleras se observan los cristales reventados en los edificios contiguos. No imagina uno lo que va a encontrar en el interior de las facultades. En la de Enfermería, la sala de recepciones, el centro de información tecnológica, los laboratorios de análisis médicos, varios salones de actos y docenas de ordenadores han sido incendiados. El fuego quemó las paredes, las instalaciones eléctricas, el mobiliario. Apenas quedan ventanas intactas. Todo son escombros. Los daños causados ascienden a casi 12 millones de euros. Y a la entrada del bloque, la firma de los atacantes en árabe: "La Guardia Presidencial pasó por aquí".
Algunos portavoces de Al Fatah aseguraron que la salvaje destrucción fue obra de Hamás para responsabilizar a sus rivales de una agresión sin precedentes. Sólo se lo creen ellos. Cualquiera que sea ajeno a ambos partidos, y son muchos, no alberga duda alguna. Akram Hammad, dueño de un taller de confección, hastiado de unos y otros, resume: "Yo no voté en los comicios en los que venció Hamás. Pero los ataques de Al Fatah a las mezquitas y la Universidad Islámica son imperdonables". No es verosímil que el movimiento fundamentalista devastara una institución a la que respeta tanto como las mezquitas. Y, como era previsible, Hamás ha reaccionado con un ultimátum que presagia más violencia. Las Brigadas Ezedín el Kassam, rama militar de Hamás, lanzaron ayer un ultimátum para que los autores de los destrozos, a los que afirman conocer, se entreguen en el plazo de tres días.
Para Israel, como la ha definido el ministro de Seguridad Interior, Avi Dichter, la Universidad Islámica "es un nido de terroristas y asesinos, el invernadero donde ha crecido el árbol de la lucha armada palestina". El viceministro de Defensa, Efraim Sneh, también acaba de calificar de "error catastrófico" el permiso que concedió el Gobierno de Menahem Begin, a finales de los años setenta, para fundar esta institución académica, y añadió: "Destruir la universidad es un factor que contribuye a detener la incitación al odio contra Israel". Vano intento, porque Jamal al Judari, uno de los máximos responsables del centro y ministro de Comunicaciones, aseguró ayer: "Reanudaremos las clases, aunque sea en tiendas de campaña. Igual que cuando empezamos hace casi treinta años". Las declaraciones de los dirigentes hebreos en nada favorecen al partido del presidente Abbas. La devastación de la universidad supone abonar más terreno para que los islamistas puedan arrojar sobre Al Fatah la acusación más grave que puede recaer sobre un palestino, la de colaboracionista.
El ataque contra la institución supone un desafío de enorme calado. Como lo es la estrategia de Al Fatah de derribar por cualquier medio al Gobierno de Hamás, elegido en las urnas en enero de 2006. La formación de Abbas es un auténtico desmadre, descabezada, sin dirección. El presidente no controla a la veintena de grupos que bajo su paraguas apoyan la negociación con el Estado judío, unos, y la violencia contra Israel, otros.
El sábado se celebró en Ramala (Cisjordania) una reunión tormentosa del Comité Revolucionario del partido. Según relatan medios palestinos, la pretensión de algunos dirigentes es extender los disturbios de Gaza a Cisjordania, territorio en el que los islamistas no cuentan ni con la fuerza armada ni el apoyo político del que disfrutan en la franja.
El vicedirector de los servicios de espionaje en Cisjordania, Taufik Tiraui, apostó por el enfrentamiento en ambos territorios, convencido de que es el mejor método para presionar a Hamás, casi imposible de batir en Gaza. Otros, encabezados por Yibril Rayub, uno de los hombres fuertes de Al Fatah y hermano del líder de Hamás en Hebrón, se opuso tajantemente. Tiraui arrojó un zapato a Rayub -un grave insulto para los árabes-. El agredido respondió lanzando una taza vacía.
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