Han sido numerosas las ocasiones en que, durante los últimos meses, el presidente Mahmud Abbas y el jefe del Gobierno islamista radical de Hamás, Ismail Haniya, han asegurado estar al borde de un acuerdo para acabar con la lucha entre las dos principales facciones palestinas. Casi en otras tantas han anunciado la inminencia de un Gobierno compartido que pusiera fin a lo que cada vez más adquiere perfiles de enfrentamiento civil. Pero la realidad les ha desmentido siempre, y la situación se ha ido agravando hasta convertir Gaza en un territorio sin ley donde ya es corriente que en poco más de 24 horas muera casi una treintena de personas y los heridos se cuenten por centenares. Las treguas nominales se suceden como papel mojado.
El enfrentamiento entre palestinos es cada vez más difícil de detener, porque los agravios de sangre se replican en otros nuevos y los odios se multiplican exponencialmente con cada muerto más. Con el agravante de que los dos bandos enfrentados, la OLP y Hamás, cuyas discrepancias permanecen tan intactas como cuando los integristas islámicos ganaron las elecciones hace casi un año, se preparan abiertamente para un definitivo ajuste de cuentas, como lo muestra su creciente rearme. Estados Unidos, implicado hasta ahora en el adiestramiento de la guardia presidencial, ha decidido incrementar su asistencia, casi cien millones de dólares, al resto de fuerzas bajo control del moderado Abbas, más de 13.000 hombres, que recibirán armas y municiones a través Jordania y Egipto con la aprobación israelí.
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