domingo, abril 01, 2007

Las venganzas entre sunitas y chiítas hunden a Irak en el peor baño de sangre en meses

El camión cargado con más de 3.000 kilogramos de explosivos disimulados entre sacos de harina y de pan, que explotó el martes en Tal Afar, al norte de Irak, ya es el más mortífero de la guerra. El portavoz del Ministerio de Interior, general Abdul Kareem Jalaf, elevó ayer la cifra oficial de fallecidos a 152 y la de heridos a 347. "Nos ha llevado varios días recuperar los cuerpos que estaban bajo los escombros", dijo. La explosión destruyó 100 viviendas y dejó un cráter de 23 metros de diámetro.

El conductor aparcó el camión en un barrio chií de esta ciudad de mayoría turcomana, situada a 90 kilómetros de la frontera de Siria y que es zona de paso de insurgentes extranjeros, e invitó a la gente a aproximarse ofreciéndoles pan y harina gratis. Cuando le rodearon, hizo estallar la carga.

Ese brutal atentado -que el jefe del Ejército estadounidense en Irak, David Petraeus, atribuyó a Al Qaeda y a su voluntad de provocar un enfrentamiento civil- logró en parte este objetivo. Esa noche, una turba de policías de confesión chií, milicianos y familiares de las víctimas atacaron el barrio suní de Tal Afar. Más de 80 personas perdieron la vida en una orgía de venganzas. El jueves, la insurgencia suní respondió con cuatro bombas que causaron más de 140 muertos en Bagdad y en la ciudad de Jalis, al norte de la capital. Es la semana más sangrienta (más de 400 muertos en cuatro días) en meses y deja gravemente herido el plan de seguridad para la capital diseñado por el Gobierno de Nuri al Maliki y el Ejército de EE UU.

La policía iraquí, ayudada por unidades militares, estableció ayer controles militares en los accesos a Bagdad, provocando enormes atascos de tráfico. Pese a ello, un coche explotó en la mañana de ayer cerca del hospital de Al Saderein, en Ciudad Sáder, un barrio chií con más de un millón de habitantes y donde se concentra la mayoría de los seguidores del clérigo radical Múqtada al Sáder. Once personas murieron y 53 resultaron heridas.

La organización de Al Qaeda en Irak ha demostrado esta semana que dispone de medios para golpear en todo momento y en todo lugar y con una gran rapidez de reacción, aunque el plan de seguridad en Bagdad les dificulta la introducción en la capital de grandes cantidades de explosivos.

Una prueba de que la situación se ha deteriorado aún más en las últimas semanas, pese al despliegue de tropas norteamericanas de refresco procedentes de EE UU, es que la embajada de este país ha enviado una circular a todos sus ciudadanos que viven y trabajan en la ultraprotegida zona verde en el centro de Bagdad para que se muevan dentro de ella con la indumentaria de protección, es decir, con el chaleco antifragmentación puesto, incluso cuando se limiten a cruzar de un edificio a otro. La insurgencia dispara granadas de mortero sobre la zona verde desde los alrededores de la calle Haifa, situada a menos de un kilómetro. Hace unos días, uno de los proyectiles mató a un norteamericano.

Mientras que el primer ministro Maliki, de confesión chií, ha pedido a sus compatriotas que eviten caer en la división que buscan "los demonios", el presidente Yalal Talabani, kurdo, ha admitido que había conversaciones con una parte de la insurgencia, aunque no quiso ofrecer más detalles. "Hay muchos grupos armados que están en conversaciones con el Gobierno". El embajador saliente de Estados Unidos en Bagdad, Zalmay Khalilzad, que se incorpora a su puesto en Naciones Unidas, también habló de esos contactos. Para algunos observadores, lo ocurrido esta semana es un intento de Al Qaeda de evitar cualquier acuerdo que debilite a la lucha armada.

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