Desde las primeras horas del día, en todos los rincones del país los colombianos sabían que este jueves era distinto, que aunque cada uno se apegará a su rutina como cualquier otro día de la semana, sabían que cuando el jueves se partiera en dos, el país también rompería su silencio y exigiría a una sola voz la liberación de todos y cada uno de los 3.143 secuestrados que hay en el país.Se cumplía una semana, después del 28 de junio, cuando el país se levantó con la trágica noticia de que once de los doce diputados de la Asamblea del Valle, quienes permanecían secuestrados desde el 11 de abril de 2002, habían sido asesinados por las Farc.
Este 5 de julio, los colombianos tenían claro que si los violentos los despertaban con crímenes de lesa humanidad, ellos no se iban a callar y los atormentarían repudiando sus acciones violentas a viva voz; ya era hora de que más de 42 millones de corazones nacidos en esta tierra dejaran de llorar en silencio y le demostraran a los grupos armados ilegales y a la comunidad internacional que “en Colombia los buenos somos más”.A las nueve de la mañana no había mayores señales de lo que realmente significaría el llamado a la protesta. En las grandes ciudades, los afanes de siempre no daban tiempo para mayores comentarios sobre la jornada, mientras que en los pueblos, el tema no era otro. Una hora después, el panorama cambió. Campesinos, mensajeros, financistas, amas de casa, taxistas, ejecutivos y familiares de los secuestrados eran un solo clamor. En las calles se empezaron a ver las primeras camisetas y pañuelos blancos, banderas tricolor y pancartas con mensajes que clamaban por la libertad de los secuestrados. De esta manera, los colombianos iniciaron con dos horas de anticipación una marcha programada para tres minutos y que se extendió casi por cinco horas. Millones de gargantas se unieron en un solo grito aturdidor de proclama en contra de la violencia, el secuestro y cualquier otra expresión de terrorismo. En Bogotá, los miembros de la Fuerza Pública, con sus uniformes impecables y guantes blancos; los miembros de Bogotá Sin Indiferencia y miles capitalinos del común ultimaban detalles y se alistaban para cogerse de las manos con sus semejantes en una gran cadena de solidaridad que atravesaría, inicialmente, la carrera Séptima y la calle 26, dos de las principales arterias viales de la capital; pero que luego se prolongó por todas las calles de la ciudad.
Fuente: Diario El Espectador de Colombia
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