Ande, cuénteme cómo hicieron para terminar con los indígenas". Camisa blanca y vaqueros, el autor de la frase es un empresario de Santa Cruz, capital de la provincia más hostil al presidente Evo Morales. En el bando indigenista, los ánimos no están más calmados. Los ponchos rojos, la fuerza de choque de Morales, llama a librar la última batalla. El vicepresidente García Linera tilda la situación de "empate catastrófico. El empresario santacruceño conduce una camioneta todoterreno blanca a bordo de la cual moviliza a una decena de hombres, amigos unos y empleados otros, que acuden a los lugares donde sospechan que los indígenas de Morales tratan de romper la huelga. En las manos hay garrotes, bajo algunos cinturones se adivinan pistolas y en sus bocas las palabras moderadas han desaparecido. "Las fuerzas se están tensando y habrá que ver lo que sucede. Creo que ese momento está más cerca de lo que parece". Álvaro García-Linera, vicepresidente de Bolivia, advierte desde hace días en público que el clima de confrontación al que se está llegando en el país andino puede tener consecuencias impredecibles. Los dos bandos enfrentados -los que apoyan el proyecto indigenista de Evo Morales por un lado y los que defienden un Estado liberal, por el otro- día a día suben la apuesta de amenazas y gestos hostiles dando alas a los sectores más radicales que hablan de confrontación civil. En la práctica, los dos bandos miden con cautela sus fuerzas en una situación de empantanamiento de lucha por el poder, que según el propio Linera se viene dando desde los años noventa y que califica como un "empate catastrófico".
Representantes indígenas bolivianos- AP
La escena del hombre de la camioneta se produjo durante la huelga general del pasado miércoles y los indígenas finalmente no aparecieron. La huelga fue un éxito pero eso no calmó los ánimos y así mientras las autoridades de Santa Cruz y otras provincias opuestas al proyecto de Morales llamaron a la desobediencia civil y convocaron una huelga de hambre indefinida desde el próximo lunes, sectores de las juventudes cruceñas pedían la compra de armas y redoblaban sus llamamientos a "defender la patria". Estos sectores están muy próximos a la Falange Socialista Boliviana, un histórico movimiento ultraderechista nacido en los años treinta, que ha mostrado armas en público durante algunas manifestaciones disparando al aire. Pero en el bando indigenista los ánimos no están más calmados. Con gritos de "¡guerra civil!, ¡guerra civil!", una multitud acogió en El Alto la semana pasada las palabras del dirigente sindical Edgar Patana. "Ha empezado la batalla decisiva, la última que estaba esperando el pueblo, para poder hacerse escuchar". Desde el Gobierno boliviano se tacha sin rodeos de "fascista" al movimiento opositor y ayer un líder indígena amenazaba con tomar las tierras de Santa Cruz "inmediatamente" si la Asamblea Constituyente fracasa. El autor de la amenaza es Ruperto Quispe, jefe de los Ponchos Rojos, una organización ancestral de la cultura aymara convertida en una de las fuerzas de choque del presidente Evo Morales y que asegura tener 100.000 miembros en sus filas.
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