Es muy probable que el Gobierno del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que subió al poder con el apoyo masivo del Movimiento de los Sin Tierra (MST), el colectivo campesino de izquierdas más importante de América Latina, acabe en 2010 sin haber conseguido llevar a cabo una gran reforma agraria, un reto social aún pendiente en un país que está a punto de convertirse en una potencia mundial.
Afrontar dicha reforma significaría acabar con una de las mayores injusticias que aquejan a este gigante económico: la acumulación de la tierra en manos de unos pocos. Hasta la última década, la mitad de la tierra cultivable estaba en manos de un 1% de los colonos, mientras que menos de un 3% pertenecía a 3,1 millones de productores rurales. La situación actual apenas ha cambiado, y Brasil, en sus 500 años de historia, nunca ha dividido la tierra, que continúa en las manos de unos pocos privilegiados.
Es el único país, con un inmenso territorio bajo su control, que mantiene una distribución de la tierra semejante a la de su fundación, la realizada durante la colonización portuguesa, que concedió a un pequeño grupo las famosas Capitanías Hereditarias, inmensos latifundios cuyos propietarios podían a su vez distribuir a su antojo. La tierra no se podía ni vender ni comprar.
En este momento existen en Brasil 27.556 latifundios con más de 2.000 hectáreas cada uno, lo que supone el 43% de la tierra, la mayoría de ellos improductivos. Brasil es el país con más tierras cultivables: 600 millones de hectáreas, de los cuales 710.000 kilómetros cuadrados están en situación irregular, en manos de especuladores y latifundistas. Según João Pedro Stedile, un destacado líder del Movimiento de los Sin Tierra (MST), el latifundio es "el gran pecado brasileño". Hoy, cerca de la mitad de las tierras que serían cultivables están destinadas a pastos para ganado vacuno, lo que hace de Brasil el mayor exportador de carne bovina del mundo.
La reforma agraria ha sido desde 2003, año en el que Lula llegó a la presidencia, el gran reto de su Gobierno. El ex tornero que alcanzó el poder gracias a un pacto con el mundo de la empresa y de las finanzas -se comprometió a mantener la política macroeconómica de su antecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso- sabía muy bien que para ello debería enfrentarse a buena parte de su partido, el Partido de los Trabajadores (PT), que proponía una economía más de izquierdas, y a ciertos movimientos sociales, comenzando por el poderoso MST. De ahí que ya en su primer discurso, en 2003, dirigiéndose a los Sin Tierra, especializados en la invasión de terrenos sin cultivar para distribuirlos a los campesinos pobres, les dijo: "Conmigo no necesitaréis invadir las tierras porque yo os las voy a dar".
Fue verdad sólo en parte. La generosidad de Lula, que ha dado terrenos a cerca de 400.000 familias pobres, no ha convencido al MST, que exigía tierras para un millón.
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