Se mezcla la revancha, una división política abismal entre los palestinos, el odio, los intereses personales, y los instintos más primarios. Durante los 23 días de ataque sin respiro que Israel desató contra Gaza, Hamás y Al Fatah ajustaron cuentas en medio del caos.
Se mezcla la revancha, una división política abismal entre los palestinos, el odio, los intereses personales, y los instintos más primarios. Durante los 23 días de ataque sin respiro que Israel desató contra Gaza, Hamás y Al Fatah ajustaron cuentas en medio del caos. Una guerra extremadamente sucia. Mientras los combatientes disparaban cohetes, decenas de colaboracionistas con Israel informaban al Ejército de este país sobre objetivos concretos. Seguramente, bastantes personas murieron por esa ayuda al enemigo. Pero la reacción de la milicia islamista fue contundente y brutal. Más de un centenar de esos quintacolumnistas fueron ajusticiados.
El 1 de enero, aniversario de la fundación de Al Fatah, salieron a las calles cientos de sus partidarios. Algunos repartían caramelos -tradicional modo de celebrar una buena nueva- para dar la bienvenida a los bombardeos de la aviación israelí. Masleh Reqab, un profesor de Economía de Jan Yunis, asegura que "miembros de Al Fatah exiliados en Egipto llamaban a sus familiares para anunciarles que en tres o cuatro días volverían a Gaza". Apenas habían transcurrido cinco días de contienda y muchos de ellos pensaban que Hamás no resistiría unos bombardeos tan violentos. Pero aguantaron.
En algunos barrios de la ciudad de Gaza, seguidores de Al Fatah trataron de tomar las calles con las armas. Los policías siempre patrullaron, pero sin los uniformes que les convertían en un blanco fácil para los helicópteros y aviones israelíes. Pretendían evitar que los hombres armados del partido del presidente palestino, Mahmud Abbas, se hicieran fuertes. Y también los saqueos, porque las puertas de cientos de comercios quedaron reventadas por las bombas y las mercaderías al alcance de cualquier ladrón. No obstante, la vestimenta civil de los agentes alimentó el desconcierto.
Hamás no suele tener piedad cuando de prestar apoyo al enemigo sionista se trata. Los disparos en las piernas contra los colaboracionistas, considerados traidores en toda regla por los fundamentalistas, fueron frecuentes en esos días de anarquía. "Había hombres que de repente colocaban un carrito para vender frutos secos y vigilar la casa de algún dirigente de Hamás. Otros regresaban desde zonas donde los soldados israelíes ya estaban desplegados sin sufrir daño alguno. Es casi imposible que no prestaran ayuda a los enemigos", asegura una fuente muy cercana al movimiento islamista. Buena parte de ellos están entre rejas, pero a muchos otros, más temerarios, les fue mucho peor.
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