Tuve un sueño: estudiantes árabes-israelíes, enfurecidos por la guerra en Gaza, protestaban en la Universidad de Jerusalén. Se suscitó entonces una manifestación de oposición de estudiantes judíos. Cuando el jefe de seguridad de la universidad, un sobreviviente del Holocausto, intentó intervenir, los árabes lo tildaron de nazi.
En realidad, no lo soñé. Shlomo Avineri, politólogo de la universidad, relató el incidente. Pero los sueños nos hieren hasta lo más vivo. No tiene sentido negar que existe una suerte de nexo que va de las docenas de personas muertas a consecuencia del bombardeo israelí contra una escuela de la ONU en Gaza hasta la nabqa palestina de 1948 y el Berlín de 1945.
La historia es implacable. A veces su destructiva rotación puede detenerse: Francia y Alemania se liberaron, después de 1945, del ciclo de la guerra. Lo mismo ocurrió en el caso de Polonia y Alemania. China y Japón no se quieren demasiado, pero hacen negocios. Sólo en Medio Oriente gobiernan los muertos. Su exigencia de sangre parece inagotable. Sus tumbas no se aquietan.
Nunca me he sentido tan descorazonado respecto de Israel, tan avergonzado por sus acciones, tan pesimista respecto de algún tipo de paz que pueda acabar con el dominio de los muertos y dar una oportunidad a los vivos.
Más que sueños, he tenido pesadillas. No alcanzo a distinguir ninguna perspectiva en la que una victoria táctica a corto plazo de Israel sobre Hamas no sea abrumada por el costo estratégico a largo plazo de esta guerra. Pero antes de abocarme a eso, permítanme volver por un momento a la protesta de los estudiantes árabes-israelíes.
Hay alrededor de 1,3 millones de ciudadanos árabes en Israel, un poco menos del 20% de la población. Sus lealtades están divididas, pero nunca antes habían protestado tan enérgicamente. Eso sirve para evaluar con justicia la virulencia del sentimiento árabe.
El presidente Bashar al-Assad, de Siria, ha dicho que Gaza es "un campo de concentración". Estas alusiones al nazismo son odiosas; una minoría judía en cualquier Estado árabe del tamaño de la minoría árabe de Israel es inimaginable.
Siga leyendo el artículo de Roger Cohen THE NEW YORK TIMES, que trae el diario La Nación de Buenos Aires
En realidad, no lo soñé. Shlomo Avineri, politólogo de la universidad, relató el incidente. Pero los sueños nos hieren hasta lo más vivo. No tiene sentido negar que existe una suerte de nexo que va de las docenas de personas muertas a consecuencia del bombardeo israelí contra una escuela de la ONU en Gaza hasta la nabqa palestina de 1948 y el Berlín de 1945.
La historia es implacable. A veces su destructiva rotación puede detenerse: Francia y Alemania se liberaron, después de 1945, del ciclo de la guerra. Lo mismo ocurrió en el caso de Polonia y Alemania. China y Japón no se quieren demasiado, pero hacen negocios. Sólo en Medio Oriente gobiernan los muertos. Su exigencia de sangre parece inagotable. Sus tumbas no se aquietan.
Nunca me he sentido tan descorazonado respecto de Israel, tan avergonzado por sus acciones, tan pesimista respecto de algún tipo de paz que pueda acabar con el dominio de los muertos y dar una oportunidad a los vivos.
Más que sueños, he tenido pesadillas. No alcanzo a distinguir ninguna perspectiva en la que una victoria táctica a corto plazo de Israel sobre Hamas no sea abrumada por el costo estratégico a largo plazo de esta guerra. Pero antes de abocarme a eso, permítanme volver por un momento a la protesta de los estudiantes árabes-israelíes.
Hay alrededor de 1,3 millones de ciudadanos árabes en Israel, un poco menos del 20% de la población. Sus lealtades están divididas, pero nunca antes habían protestado tan enérgicamente. Eso sirve para evaluar con justicia la virulencia del sentimiento árabe.
El presidente Bashar al-Assad, de Siria, ha dicho que Gaza es "un campo de concentración". Estas alusiones al nazismo son odiosas; una minoría judía en cualquier Estado árabe del tamaño de la minoría árabe de Israel es inimaginable.
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