Columna de opinión de Joaquín Morales Sola Para LA NACION de Buenos Aires:
La condena se aplazó, pero los productores agropecuarios siguen todavía en el corredor de la muerte. Encopetados funcionarios aseguraban ayer que la comercialización de los granos (sobre todo, de la soja) tendrá, a partir de los próximos días, una fuerte intervención del Estado. Eso es lo que anunció Cristina Kirchner, entre elipsis y sobrentendidos, cuando adelantó una intervención del Estado en la economía durante su discurso ante el pleno del Congreso.
El Gobierno ya no habla de un manotazo liso y llano a la producción de los ruralistas. Se escuda, en cambio, en los modelos de Canadá y Australia para advertir que no habrá una regresión al pasado, sino un viaje vertiginoso hacia la modernidad. Llama la atención que la modernidad no haya comenzado por las destartaladas instituciones argentinas ni por el progreso de la devaluada calidad democrática ni, tampoco, por un salto de la nación al dominio y la captación de las nuevas tecnologías. La modernidad se refugia, en fin, justo en el lugar donde están los pocos recursos privados que quedan en un país cada vez más paralizado.
Australia y Canadá están revisando sus sistemas de comercialización de granos porque les han hecho severas críticas a su eficacia. Pero aun cuando no lo revisaran, el nudo central del problema es que aquí está la Argentina de los Kirchner, tan distinta de los modelos políticos e institucionales de australianos y canadienses.
Hasta podría ser que el organismo que centralizara el comercio de granos estuviera aquí integrado también por sectores de la producción, pero alguna argucia legal los dejaría a estos últimos como espectadores de los manejos del kirchnerismo. "¿Acaso no decían que querían mejorar el Consejo de la Magistratura y terminaron haciendo un ente funcional a los aprietes del Gobierno?", preguntaba ayer uno los principales líderes rurales.
La condena se aplazó, pero los productores agropecuarios siguen todavía en el corredor de la muerte. Encopetados funcionarios aseguraban ayer que la comercialización de los granos (sobre todo, de la soja) tendrá, a partir de los próximos días, una fuerte intervención del Estado. Eso es lo que anunció Cristina Kirchner, entre elipsis y sobrentendidos, cuando adelantó una intervención del Estado en la economía durante su discurso ante el pleno del Congreso.
El Gobierno ya no habla de un manotazo liso y llano a la producción de los ruralistas. Se escuda, en cambio, en los modelos de Canadá y Australia para advertir que no habrá una regresión al pasado, sino un viaje vertiginoso hacia la modernidad. Llama la atención que la modernidad no haya comenzado por las destartaladas instituciones argentinas ni por el progreso de la devaluada calidad democrática ni, tampoco, por un salto de la nación al dominio y la captación de las nuevas tecnologías. La modernidad se refugia, en fin, justo en el lugar donde están los pocos recursos privados que quedan en un país cada vez más paralizado.
Australia y Canadá están revisando sus sistemas de comercialización de granos porque les han hecho severas críticas a su eficacia. Pero aun cuando no lo revisaran, el nudo central del problema es que aquí está la Argentina de los Kirchner, tan distinta de los modelos políticos e institucionales de australianos y canadienses.
Hasta podría ser que el organismo que centralizara el comercio de granos estuviera aquí integrado también por sectores de la producción, pero alguna argucia legal los dejaría a estos últimos como espectadores de los manejos del kirchnerismo. "¿Acaso no decían que querían mejorar el Consejo de la Magistratura y terminaron haciendo un ente funcional a los aprietes del Gobierno?", preguntaba ayer uno los principales líderes rurales.
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