sábado, junio 20, 2009

¿En las lágrimas del líder supremo, la señal para iniciar la represión?

Hacía 10 minutos que el líder supremo, el ayatollah Ali Khamenei, había terminado de hablar, pero Abulfaz Baqer, abogado, seguía absorto, mirando su taza de té. Parecía estar en algún sitio entre un grito y un suspiro, a punto de caer de la silla o de saltar sobre la mesa. "Este hombre ha tirado la careta", dijo a través de la consternación. "Ya no es el líder de todos los iraníes. El y [el presidente Mahmoud] Ahmadinejad nos van a arrastrar al desastre y, por lo pronto, a una masacre."

La transmisión televisiva tenía el objeto de llevar hasta los hogares un espectáculo de solemne unidad y de respeto incondicional. La pantalla estuvo siempre dividida en tres, una ventana grande donde se mostraba el recinto principal del evento, un amplio espacio techado en la Universidad de Teherán, y dos pequeñas en las que se alternaban imágenes de plazas y calles aledañas.

Todo repleto de personas. Y al frente, el presidente del Poder Ejecutivo, Ahmadinejad, y los del Legislativo y Judicial. Con los ministros y otros prohombres de la Revolución.

Pero no estaban todos. No asistieron los candidatos presidenciales oficialmente derrotados: el ex primer ministro Mir Hossein Moussavi ni el ex presidente del Congreso Mehdi Karroubi. Tampoco dos ex presidentes, Ali Hashemi Rafsanjani y Mohammed Khatami.

Estos cuatro protagonistas de la política de la República Islámica de Irán durante los 80 y los 90, y mitad de la presente han sido empujados al extremo mismo del sistema.

Después de que Khamenei les exigiera aceptar los resultados o atenerse a las consecuencias, parece que a ellos no les quedan más opciones que retirarse para siempre de la política y abandonar a sus seguidores a la furia de las milicias Basij, o saltar con ellos a la oposición abierta.

Porque tampoco estaban las miles de personas habituales para el sermón del viernes en la universidad. No fueron los estudiantes ni los profesionales ni otros grupos. Las mujeres, tampoco. Ellas no tienen lugar ahí.

Siga leyendo el artículo del diario La Nación de Buenos Aires

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