martes, marzo 23, 2010

EE.UU: La campaña del miedo perdió el partido



Nancy Pelosi, eufórica Foto: Reuters

El sábado pasado, un día antes del voto sobre la reforma de salud, el presidente Barack Obama dio una charla improvisada a los demócratas de la Cámara de Representantes.

Cerca del final, explicó por qué debían aprobarla: "Cada tanto llega el momento en que uno tiene una posibilidad de confirmar todas las mejores esperanzas que tenemos sobre nosotros mismos y sobre este país, el momento en el que uno tiene la posibilidad de cumplir las promesas que hizo? Y éste es el momento. No estamos destinados a ganar, pero sí estamos obligados a ser sinceros".

Del otro lado, Newt Gingrich, ex presidente republicano de la Cámara -un hombre al que muchos en su partido ven como un intelectual-, dijo: si los demócratas aprueban la reforma de salud, "habrán destruido su partido, tal como Lyndon Johnson dejó destruido al Partido Demócrata para los siguientes 40 años" al aprobar la legislación de los derechos civiles.

Yo creo que Gingrich está equivocado: las propuestas que garantizan el seguro de salud suelen ser polémicas antes de ser puestas en marcha (Reagan alegó que Medicare significaría el fin de la libertad), pero siempre son populares una vez que se aplican.

Sin embargo, ése no es el tema que quiero desarrollar hoy. Quiero que tengan en cuenta el contraste: por un lado, el argumento de Obama era una apelación a nuestra mejor esencia, que instaba a los políticos a hacer lo correcto, aun cuando eso perjudicara sus carreras; del otro lado, puro cinismo insensible.

Piensen lo que significa condenar la reforma del sistema de salud comparándola con la ley de derechos civiles. ¿Quién, en los Estados Unidos de hoy, diría que Johnson se equivocó al abogar por la igualdad racial? (en realidad, sabemos quién: la gente del Tea Party, que lanzó epítetos raciales contra los demócratas).

Ese cinismo ha sido el sello distintivo de toda la campaña en contra de la reforma del sistema de salud.

Sí, unos pocos intelectuales conservadores, después de fingir haber pensado a fondo sobre los problemas, alegaron estar perturbados por las implicancias fiscales de la reforma, o dijeron que querían una acción más enérgica sobre los costos.

Sin embargo, en su mayoría, los opositores de la reforma ni siquiera simularon ocuparse de la realidad, ni del sistema de salud existente ni del plan, moderado y centrista, que proponían los demócratas.

En cambio, el núcleo emocional de la oposición a la reforma fue una flagrante campaña destinada a sembrar el miedo, que no reparó en los hechos ni en ningún sentimiento de decencia. No fue sólo el tema de los paneles de muerte. Fue sembrar el miedo racial, como un artículo del Investor´s Business Daily que declaraba que la reforma de salud era "una acción afirmativa con esteroides, que decide todo, desde quién se convierte en médico hasta quién recibe tratamiento, sobre la base del color de piel".

Fueron las disparatadas declaraciones sobre la financiación de abortos. Fue la insistencia de que hay algo tiránico en ofrecerles a los jóvenes trabajadores la seguridad de que la atención médica estará disponible en el momento en que la necesiten, una seguridad que los estadounidenses mayores han disfrutado desde que Johnson consiguió poner en vigor Medicare a pesar de los aullidos de los conservadores.

Siga leyendo la columna de Paul Krugman en el The New York Times, que trae el diario La Nación de Buenos Aires

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