miércoles, abril 21, 2010

Obligados a entendernos

Es indispensable que Uruguay y la Argentina convivan en paz y respeten la letra escrita y la palabra empeñada. Después del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la pastera de la discordia, instalada sobre la margen oriental del río Uruguay, los actuales gobiernos de la Argentina y Uruguay están obligados a reanudar con madurez la relación bilateral y despojarla, precisamente, del diferendo por el cual, por primera vez en la historia, los dos pueblos más amigos y parecidos del mundo terminaron acusándose en inglés y francés lejos del Río de la Plata.

Es por mandato y voluntad de ambos pueblos que debe restablecerse un vínculo que, gracias a ellos, nunca se vio lesionado. Es el costado positivo de casi siete años de tiras y aflojes.

El fallo del tribunal de La Haya, máximo órgano de las Naciones Unidas, resultó ser equitativo: por haber otorgado la autorización antes de realizar los estudios ambientales, Uruguay "violó" el Estatuto del Río Uruguay, de 1975, pero, a la vez, la Argentina no pudo demostrar que la presencia de la pastera Botnia haya tenido impactos negativos en el medio ambiente.

Esto significa que no será necesario desmantelarla, como esperaban los asambleístas de Gualeguaychú. En términos deportivos hubo un empate, pero el resultado favoreció más a Uruguay que a la Argentina. Al fin y al cabo, después de los gobiernos de Jorge Batlle y de Tabaré Vázquez, el actual presidente, José Mujica, es el primero que, con la sentencia dictada, podrá interponer otros temas frente a su par argentina, Cristina Kirchner. Su marido permitió y alentó los cortes de los puentes hacia Uruguay, y decidió presentar el caso en La Haya tras los desafortunados desencuentros que tuvo con su par Tabaré Vázquez, curiosamente apoyado por él para que fuera presidente de Uruguay.

Si la relación no se perjudicó aún más, no se debe a los políticos de una orilla y la otra, sino a la gente. Pudo haber algún que otro chisporroteo en momentos tensos, pero jamás se incorporó la discusión por las pasteras como un factor de división entre los dos pueblos más hermanados del planeta. Es el saldo positivo de este diferendo mal manejado por ambos países en el cual, como era de esperar, no hubo vencedores ni vencidos, sino reprobados de ambas nacionalidades.

El fallo de La Haya constituye una medida conciliadora que apunta al futuro: ambos deben preocuparse ahora por controlar el impacto ambiental.

En ambos gobiernos, a diferencia de los choques frecuentes de Néstor Kirchner con Tabaré Vázquez, existe un renovado interés en dejar atrás el diferendo. Mujica sabía que el tribunal iba a emitir un "fallo salomónico"; Cristina Kirchner también lo sabía, pero, en su caso, la labor será más ardua: deberá convencer a los asambleístas de Gualeguaychú, alentados por su marido y por ella misma antes de ser presidenta, de que es mejor tender puentes que cortarlos.

Si bien siempre se trató de un asunto interno, pasó a ser un problema de la región desde el momento en que, ante el pedido de compensaciones de Uruguay por las pérdidas ocasionadas al turismo, el gobierno argentino respondió que los cortes de rutas eran parte de la libertad de expresión que rige en el país. ¿Cómo desdecirse ahora en virtud de la nueva etapa en la relación bilateral que pretenden entablar Mujica y Cristina Kirchner?

Es indispensable que impere la calma de ambos lados del río, y que los presidentes sean el reflejo de los anhelos de sus pueblos. Y es indispensable, también, que la Argentina y Uruguay vuelvan a convivir en paz y que, de ahora en más, un gobierno y el otro respeten tanto la letra escrita como la palabra empeñada, de modo de prescindir de instancias tan dramáticas como un tribunal internacional para aconsejarnos que hagamos lo que siempre hemos hecho: respetarnos como vecinos y, sobre todo, querernos como hermanos.

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