El pasado martes por la noche, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, declaró una nueva guerra. Además de los frentes abiertos en Irak y Afganistán, la Casa Blanca estableció otro frente de batalla, no menos complicado. Pero esta vez el enemigo no es un dictador como Saddam Hussein, una organización terrorista como Al Qaeda o supuestas armas de destrucción masiva.
Tras casi año y medio en el cargo, Obama, al mejor estilo de su antecesor, George W. Bush, abrió fuego contra la dependencia norteamericana de los combustibles fósiles. Y, a juzgar por las circunstancias, el anuncio no es ninguna metáfora. Todo por cuenta del inmenso desastre causado por más de 2 millones de galones de petróleo vertidos en las aguas del Golfo de México, a raíz del hundimiento, hace ocho semanas, de la plataforma marina 'Horizonte de Aguas Profundas', de propiedad de la multinacional de origen británico BP.
Para reafirmar su 'clamor de guerra', escogió la Oficina Oval para su alocución, la misma desde donde anteriores presidentes han informado sobre decisiones trascendentales. De hecho, es la primera vez desde el boicoteo de la Opep hace 31 años que dicho escenario es usado para el mismo tema. En el discurso del mandatario abundaron, además, las referencias bélicas: anunció una "batalla" en favor de una reforma energética que hace tránsito en el Congreso y dijo que el derrame de crudo era un "asalto" a las costas. Ya había calificado el vertido imparable de 35.000 galones diarios al océano como un "11 de septiembre ambiental", en referencia a los atentados terroristas del 2001.
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