EL PAÍS habla con la familia de Luis Freddy Lala, el ecuatoriano que sobrevivió a la matanza de 72 inmigrantes indocumentados en México. Apenas había cumplido 18 años, y tuvo que emprender un largo viaje al Norte desde su aldea natal, Zer, una pequeña localidad indígena de los Andes ecuatorianos. El dinero no le alcanzaba para mantener a sus ocho hermanos, a su mujer embarazada, a la abuela y a sus dos sobrinas huérfanas.
Apenas había cumplido 18 años, y tuvo que emprender un largo viaje al Norte desde su aldea natal, Zer, una pequeña localidad indígena de los Andes ecuatorianos. El dinero no le alcanzaba para mantener a sus ocho hermanos, a su mujer embarazada, a la abuela y a sus dos sobrinas huérfanas. "No pudiendo más mantener, pensaba ir allá [Estados Unidos] para ganar un poco más plata y mantener a ellos, a sus hermanos chicos que están en la escuela", cuenta por vía telefónica María Angélica, la joven esposa de Luis Freddy Lala Pomavilla, único sobreviviente de la matanza de 72 inmigrantes latinoamericanos en un rancho de San Fernando, en el Estado mexicano de Tamaulipas, descubierta el pasado martes.
En entrevista teléfonica, la mujer y el tío de quien alertó a la Armada de México sobre la matanza, hacen más preguntas que el periodista. Quieren saber cómo está, dónde está, qué heridas tiene, quién ha hablado con él. Quieren saber si está vivo.
Ramiro, el tío, es el primero que se pone al teléfono. Con un tono cortés, da la vuelta a mis preguntas: "Señor, dicen que ha pasado algo, es mi sobrino y no podemos saber exactamente si estará muerto, estará vivo...". Le explico lo que informan las autoridades mexicanas, que lo tienen en un hospital. "Qué bueno, gracias, señor, ojalá que sea así, que lo ayuden, no sean malitos. Tiene herido, me dicen, quiero saber. ¿En qué parte tiene herido?". Le digo que en el cuello. Y omito que fue un balazo disparado por Los Zetas, la organización criminal a la que el Gobierno culpa de la matanza del grupo de emigrantes. "Señor, una pregunta, ¿qué se ha ocurrido?". Han matado a 72 personas, don Ramiro, pero, hasta donde se sabe, él está vivo. El indígena calla unos segundos, la línea telefónica recoge el rumor de un sollozo. "Ojalá que sea positivo", dice con entereza. "Ayude, no sea malito, a mi sobrino. Él se fue por la pobreza".
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