Sienten que no tienen futuro en sus países. Hace un siglo eran campesinos que se iban en barco, con valijas de cartón y el sueño de hacerse la América. Ahora son jóvenes cosmopolitas y graduados, que se van con sus laptops y vuelos low-cost a buscar fortuna a cualquier parte.
Así son los nuevos emigrantes de la Europa del siglo XXI, un continente cada vez más viejo, integrado y sacudido por la globalización, que ya no tiene respuestas para muchos de sus jóvenes, excluidos por un sistema de bienestar social que les ha dado todo a sus padres y abuelos, y que ahora parece agotado.
Se trata de jóvenes preparados, con títulos universitarios, que hablan varios idiomas, tienen empleos precarios, trabajan en negro o no encuentran empleo en sus respectivos países, que sienten que no tienen futuro en su patria. Jóvenes que, virtuales exiliados económicos del siglo XXI, ven la única salida en el aeropuerto.
Silencioso, este éxodo se da en varios países del Viejo Continente, que expulsan jóvenes brillantes, en una "fuga de cerebros" cada vez más alarmante.
En un mundo globalizado, donde desplazarse es fácil, los talentos no sólo se trasladan dentro de Europa, sino que también eligen como destino para una nueva vida Africa, América latina o Asia, tomando el camino inverso que emprenden miles de inmigrantes pobres desesperados.
El fenómeno de la emigración de jóvenes preparados y cultos afecta principalmente a los países más afectados por la crisis económica, que en los últimos días volvió a poner en duda hasta la propia supervivencia de la eurozona. Se da en Italia, un país que prácticamente no crece desde hace una década, marcado por uno de los déficits más altos del mundo; en España, donde el desempleo ha alcanzado al 20% de la población y en los últimos dos años han emigrado 111.000 personas; en Grecia, salvada in extremis de la quiebra por la UE en mayo último y país del que emigra el 9% de los graduados universitarios; en Portugal, otra nación del bloque con la soga al cuello y las cuentas en rojo, que ocupa el tercer lugar entre los países europeos con mayor fuga de cerebros, detrás de Irlanda y Eslovaquia.
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