Anoche Millbank era una escombrera custodiada por la policía. Desalojados los últimos jóvenes antisistema, un puñado de agentes rastreaba el vestíbulo y la plazoleta del edificio, convertidos en un amasijo de hierros, folletos y pancartas a medio quemar.
De viaje en China desde hace días, David Cameron no pudo asistir a su bautismo de impopularidad. Pero sus asesores tomaron buena nota de un suceso que podría ser el prólogo de los disturbios que se avecinan durante su mandato. La prensa aguardaba las protestas de los empleados del sector público. Pero pocos contaban con el enfado de los estudiantes británicos. Menos levantiscos que sus colegas franceses o españoles.
A los jóvenes del Reino Unido les ha sublevado la subida de las tasas universitarias, que el Gobierno se propone triplicar a partir de 2012. Los estudiantes dicen que la propuesta apartará a los más pobres de los estudios superiores. El Ejecutivo asegura que se trata de una medida inevitable.
Lo cierto es que las universidades británicas tienen un problema grave: desde hace años gastan más de lo que ingresan. Los recursos del Estado no les dan para pagar a sus plantillas y la ley no les permite subir las tasas para financiarse. Todas tienen la misma matrícula anual: unos 3.700 euros. Una cifra inalcanzable para las familias menos pudientes pero insuficiente para cincelar instituciones que compitan con Columbia, Harvard o Yale.
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