Hillary Clinton midió con gran precisión sus palabras. Evitó reclamar directamente al presidente vitalicio Hosni Mubarak la renuncia y habló de “transición ordenada” y de “elecciones justas”. Pero ya puede decirse que el martillo bajó en Washington: Estados Unidos comenzó a soltar la mano a su aliado más estratégico en el mundo árabe . Y ya está trabajando en el complejo diseño de una nueva era post Mubarak.
No extrañó entonces que Barack Obama haya estado hablando con los líderes regionales el fin de semana, algo que evitó durante la revolución tunecina, donde le bajó el pulgar al dictador Zine Abidine Ben Ali rápidamente, sin demasiado remordimiento.
Pero Egipto no es Túnez. La Nación de los faraones tiene el Ejército más numeroso del mundo árabe y es el país que defiende ante sus vecinos los intereses de los Estados Unidos. Arabe, pero amigo de Israel, el gobierno de El Cairo fue el garante de la estabilidad en Oriente Medio por más de tres décadas.
La caída de Mubarak puede mover todo el tablero político del mundo árabe y lo que más teme Washington –Hillary lo dijo ayer expresamente– es el vacío de poder, con el viejo líder resistiendo y sin que nadie le responda.
El extremismo islámico de los Hermanos Musulmanes por ahora ha permanecido en un segundo plano, pero la situación de caos puede beneficiarlo. La novedad de las milicias –la gente que se arma para hacer justicia propia en un lugar donde no hay autoridad– sólo alienta el drama de la lucha fratricida en un país de etnias diversas.
Y la Casa Blanca no se resuelve a apostar por el líder de la oposición, Mohamed El Baradei, quien, pese a ser un demócrata moderado, no despierta las simpatías de EE.UU. debido a algunos roces que tuvo durante su paso por la Agencia de Energía Atómica de la ONU.
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