sábado, julio 30, 2011

Extremismo de derecha

La sensata respuesta de Noruega al atentado ha sido más democracia, más apertura, más transparencia. El horror inmediato ya terminó; ahora reina la preocupación. Ayer se cumplió una semana del doble ataque de un joven y apuesto asesino llamado Anders Behring Breivik contra sus compatriotas noruegos. Primero hizo explotar una bomba en el centro de Oslo, la capital, y más tarde mató a tiros a decenas de adolescentes que asistían a un cursillo político del Partido Laborista en la isla de Utoya. Muchos se ahogaron intentando huir. El saldo final fue de 76 víctimas mortales.

Por sus alcances y por el escenario inesperado en que aconteció -Noruega es uno de los países más tranquilos, ricos y equilibrados del mundo-, el hecho produjo conmoción. A esa conmoción ha seguido un rosario de preguntas acerca del autor de los crímenes, sus vínculos con organizaciones políticas locales, sus contactos en otros países de Europa, la extensión de la ideología que representa, la "fachoesfera" (la colmena de webs de corte fascista) y las posibilidades de que surjan imitadores suyos.

La primera sorpresa para muchos fue el origen del ataque. Algunas fuentes alcanzaron a anunciar que se trataba de un atentado islámico, como ocurrió en Estados Unidos hace diez años, en Madrid hace siete y en Londres hace seis. Pero descartada desde muy pronto esta hipótesis, los noruegos se enfrentaron a la devastadora realidad: el terrorista era un compatriota suyo, cristiano, militante político antiguamente vinculado al Partido del Progreso y dejaba en Internet, a modo de testamento, un manifiesto de 1.500 páginas titulado '2083: una declaración europea de independencia'. Allí proclama la guerra contra los musulmanes, los inmigrantes, el multiculturalismo y "las élites culturales marxistas". No eran, pues, radicales mahometanos los del atentado, sino sus más ciegos enemigos.

El alto contenido ideológico que rodea el acto criminal de Breivik permite descartar la tesis del ciudadano que un día se hundió en la noche de la locura y empezó a disparar sin ton ni son, como ha ocurrido de manera reiterada en Estados Unidos y como sucedió en el restaurante Pozzetto de Bogotá, donde murieron abaleadas 30 personas en 1986. Seguramente tampoco se trata del asalto de un "lobo solitario"; es decir, un misántropo que, sin vínculo alguno con grupos sociales, decide "redimir" al mundo a través de un episodio atroz. Lo peligroso de la masacre de Oslo y Utoya es que parece ser fruto de una corriente extremista de odio que recorre Europa y otros países, y cuyo caldo de cultivo es el avance de las doctrinas de la derecha populista contra la pacífica convivencia de razas, religiones e ideologías.

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