Aunque su fanatismo les impide ver por el momento la dimensión de su éxito, esta crisis sobre la elevación del límite de deuda de Estados Unidos ha certificado el papel dominante que el Tea Party ha alcanzado en la política norteamericana. Es difícil imaginar que, sin su presencia, este país hubiera decidido el mayor recorte del déficit público en 15 años y lo hubiera hecho sin un solo céntimo de aumento de impuestos.
El Tea Party es una fuerza tan heterodoxa que ellos mismos no están hoy celebrando ese éxito. De hecho, una de sus mayores representantes en el Congreso, la candidata presidencial Michele Bachmann, ha anunciado su voto en contra del acuerdo firmado por Barack Obama y los líderes parlamentarios, del que dice que convierte a EE UU en una dictadura. Lo mismo harán, probablemente, cerca de un centenar de otros miembros de la Cámara de Representantes afines a ese movimiento, convencidos de que hasta que no se consigue todo no se consigue nada. Todo incluye la aprobación de una enmienda constitucional para prohibir los presupuestos con déficit, uno de los 10 mandamientos de su catecismo particular.
Pero otras fuerzas conservadoras más tradicionales, como el diario The Wall Street Journal, han destacado el protagonismo del Tea Party y atribuyen a la vitalidad y empuje de ese sector el mérito de haber implicado al país en la lucha contra la deuda, venciendo la resistencia de los demócratas. Curiosamente, también la izquierda, en una exhibición de victimismo, considera el acuerdo alcanzado el domingo por la noche una rendición ante el Tea Party.
Cualquiera que sea el enfoque ideológico con que se juzgue, los términos del compromiso para evitar la suspensión de pagos están más cerca de la filosofía del Tea Party que de una Administración demócrata que ha abogado por los sacrificios compartidos y por reducir las ventajas fiscales de los más ricos.
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