Si algo ha demostrado el huracán Irene es que la economía de Nueva York, más allá de los movimientos bursátiles y los grandes bancos de inversión, se cimienta en gran parte en su transporte público. Sin metro, sin trenes y sin autobús los comercios, restaurantes y oficinas no pueden funcionar puesto que diariamente siete millones de personas se sirven de ellos para acudir al trabajo. "El transporte es la vida económica y cultural de la ciudad. Si la infraestructura no funciona no tienes comida, no puedes trabajar, no puedes ni conseguir una medicina", en palabras del urbanista Mitchell Moss. Pero el temor a los daños que pudiera causar el huracán Irene llevó a las autoridades a clausurar por primera vez en su historia un sistema que funciona ininterrumpidamente las 24 horas del día. Al suspenderse durante el fin de semana cambió durante dos días el paisaje de una ciudad en la que habitualmente el consumismo puede practicarse sin límite horario y que por una vez se vio insólitamente abortado por el cartel de 'cerrado' en la mayoría de sus comercios.
Cuando tras su paso por Nueva York en la mañana de ayer Irene comenzó a alejarse, quedó claro que el huracán había sido en realidad tormenta y que la urbe no había sufrido daños mayores. Pero volver a poner en marcha el sistema de transporte más grande del mundo, con sus 6830 vagones de metro y sus casi 6000 autobuses, no es inmediato: tardó ocho horas en clausurarse y se esperaba que reactivarlo llevara bastante más tiempo así que el domingo casi la totalidad de los comercios permanecieron cerrados puesto que sin trenes ni autobuses no había forma de que los trabajadores se desplazaran.
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