A casi tres años de la caída de Lehman, el mundo afronta un nuevo revés de crecimiento. La jornada económica de ayer es de las que se recuerdan con pesar. Casi todas las Bolsas europeas cerraron con caídas superiores al 4%. Los diferenciales de la deuda de Italia y España volvieron a dispararse, pese al incrementado activismo del Banco Central Europeo comprando bonos de estos dos países. Y el pesimismo tiñó el latido del mundo económico, tras las advertencias del FMI y el Banco Mundial sobre la posible inminencia de una nueva recesión. Solo la Comisión Europea puso un contrapunto a este ambiente funerario.
En realidad, resulta bastante verosímil que estemos asistiendo a una doble crisis doble. Por un lado, a una segunda fase de la Gran Recesión, como consecuencia de los endeudamientos a los que tuvieron que recurrir los Gobiernos para salvar primero la banca y después la propia economía real tras el desastre de Wall Street. La particularidad de esta segunda fase, en forma de doble uve, sería que, si de verdad acaba produciéndose, la principal artillería de recursos públicos para combatirla ya ha sido empleada y queda muy poca disponible. Por otra, el estancamiento en el mundo desarrollado (los emergentes siguen afortunadamente al margen) se dobla en caos político. Así, en EE UU, la presidencia de Barack Obama ha quedado seriamente tocada tras la batalla sobe el déficit del mes de agosto: a partir de este jueves en que se espera un plan sobre el empleo, se comprobará si tiene capacidad de reacción. Japón acaba de entronizar a su sexto primer ministro en cinco años.
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