La Conferencia de París impulsa la normalización de Libia tras la caída de Gadafi. Apenas una semana después de la toma de la capital, Trípoli, por las tropas rebeldes del Consejo Nacional de Transición libio (CNT), la celebración ayer en París de la conferencia internacional de países amigos de Libia para orquestar el futuro del país ha resultado más que oportuna.
La conferencia, convocada por iniciativa del presidente francés, Nicolas Sarkozy, el político que más reflejos mostró en esta crisis tras su torpeza mostrada en Túnez, ha logrado rehuir el peligro de erigirse en símbolo prematuro de la victoria de los rebeldes y sus aliados, la UE, Estados Unidos y la OTAN.
La comunidad internacional se aleja así del mal ejemplo dispensado por George Bush cuando declaró antes de tiempo "misión cumplida" en Irak, error que tanto contribuyó al caótico escenario posbélico en aquel país. Porque el dictador Gadafi sigue aún combatiendo desde algún lugar desconocido, y el sentido de la prudencia exige no excluir la eventualidad de que siga creando problemas. La ampliación en una semana del ultimátum formulado por el nuevo Gobierno a los combatientes gadafistas para que se rindan va en la sensata dirección de culminar la liberación ahorrando vidas humanas. La insistencia de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en evitar las represalias no es, dados los precedentes, en absoluto ociosa.
Las decisiones de la cumbre parisiense deben contribuir a minimizar las tensiones que el líder derrocado, pero aún no del todo derrotado, pueda provocar. Los reunidos han prestado todo su apoyo económico a la nueva Libia. Aunque el permiso oficial para desbloquear los fondos (unos 50.000 millones de euros) que controlaba Gadafi debe darlo la ONU, los principales actores de esta crisis ya han encontrado la manera de acelerar la disposición de fondos por las nuevas autoridades libias, con cargo a los embargados. La UE, además, ha puesto fin al bloqueo impuesto a puertos y empresas.
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