La desproporcionada represión desatada por el autoritario régimen sirio de Bashar al-Assad contra quienes, luego de haber soportado cuatro décadas de dictadura, ahora protestan en busca de removerla, es muy dura. Más aún, es claramente inhumana. Comenzó en marzo pasado y ha costado ya unas 2700 vidas y miles de heridos, así como una gran destrucción de riqueza y propiedades.
Hay señales de que Siria puede ahora estar acercándose una guerra civil. Los manifestantes de ayer de pronto son los revolucionarios de hoy. Por lo menos así se autodefinen.
Esto ocurre en las valientes ciudades de Homs -la tercera del país, emplazada a orillas del río Orontes- y en la cercana Rastan. Ellas dos conforman el corazón activo de las protestas en curso. Todavía es el interior de Siria el que sigue alimentando las protestas, mientras las dos grandes ciudades: Damasco y Alepo, se mantienen en una tensa calma y en un clima de aparente apoyo político al gobierno de los Assad.
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