Agotada por una crisis que la azota desde 2008, incapaz de trazar un rumbo nuevo, creíble y compartido, Europa empieza a surcar los mares de un 2012 que promete más tempestades. Mientras la sombra de la recesión se extiende por el continente, varios Gobiernos imponen a sus exhaustos ciudadanos nuevos impuestos y recortes sociales, y la divergencia de intereses entre países con cuentas en orden y aquellos con graves deudas amenaza con abrir una brecha irreparable en el seno de la Unión Europea.
Ante semejante horizonte, y pese a los esfuerzos para infundir algo de optimismo, los tradicionales discursos de fin de año de los principales mandatarios europeos sonaron en muchos pasajes como una marcha fúnebre. Angela Merkel resumió así lo que le aguarda a Alemania: “2012 será, sin duda, un año peor que 2011”. No solo la crisis europea no ha terminado, dijo la canciller alemana a sus conciudadanos, sino que “el camino para superarla será largo y no estará exento de reveses”. Tras haber tirado a toda máquina durante los últimos dos años, la locomotora alemana y sus exportaciones se resentirán inevitablemente por la depresión que atenaza su entorno.
Nicolas Sarkozy también adoptó un tono grave y alertó de que 2012 será “el año de todos los riesgos”. “La única forma de conservar nuestra soberanía, de controlar nuestro destino”, dijo a los franceses el presidente, “es elegir la vía de las reformas estructurales”.
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