Las portadas de todos los medios recogen la noticia lanzada por la
NASA de un aumento brusco de la superficie de Groenlandia afectada por
el deshielo, desde un 40% a prácticamente la totalidad de su territorio
(el 97%), alcanzando incluso a las zonas más altas y frías que hasta
ahora habían quedado al margen del deshielo estival.
Se trata de un hecho inusual, que posiblemente no haya ocurrido desde
hace cientos de años, pero es erróneo considerarlo un hecho aislado.
Hace tan sólo 10 días el glaciar Petermann desprendió un iceberg de 70
Kilómetros de longitud. A día de hoy la extensión de la plataforma de
hielo que flota sobre el Océano Glacial Ártico se ha reducido en 1,9
millones de kilómetros cuadrados adicionales a la media de estas fechas
de los últimos 20 años, siendo ya, cuando aún falta casi mes y medio
para que se detenga el deshielo estival, el tercer año con la mínima
extensión en el registro.
Cada uno de estos hechos, tomados aisladamente, podrían causar
sorpresa, pero la cuestión es que no se trata de hechos aislados, sino
de un cuadro de aceleración de la pérdida de hielo en el Ártico que es
parte de una trayectoria que se viene confirmando año tras año desde
hace tres décadas y que afecta a toda la masa de hielo, en glaciares,
suelos y océano, en el Ártico. Nos podemos mostrar sorprendidos por la
velocidad del deshielo en Groenlandia, pero resulta difícil mostrar
sorpresa por la trayectoria de aceleración del deshielo en el Ártico.
Preguntarse por sus posibles causas, a estas alturas de nuestra
comprensión de la ciencia del cambio climático, es una necedad.
Todas estas evidencias apuntan a que el deshielo del Ártico, empujado
por el calentamiento climático, ha entrado en una fase de cambio
abrupto, incluso posiblemente en un punto de no retorno. Estos cambios
caracterizan el cambio climático en el Ártico como “cambio climático
peligroso” según la definición de la Convención del Clima.
Evitemos caer en discusiones semánticas o espurias sobre las causas
de estos episodios, que se nos presentan como aislados, y convenzámonos
de que si seguimos sin reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero vamos a comprometer, más aún de lo que lo hemos hecho ya,
nuestro futuro y el de nuestros hijos. No necesitamos, con la está
cayendo, una tormenta aún más perfecta.
Autor: Carlos M. Duarte es profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Publicado en el diario El País de España
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