Se ha iniciado un nuevo período de deliberaciones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y, con ese motivo, como ocurre todos los años, más de 120 jefes de Estado de los más diversos rincones del mundo se han concentrado en la ciudad de Nueva York para subir al podio de la Asamblea y, desde allí, compartir su visión del escenario internacional.
Pocas dudas hay acerca de que la crítica situación en Siria es una de las frustraciones más graves para la ONU, puesto que este organismo aún no pudo resolverla. Más de veinte mil muertos y centenares de miles de refugiados y desplazados así lo testimonian. La guerra civil parece imparable y se retroalimenta constantemente generando una espiral de odios y muerte.
La impotencia de la ONU debe atribuirse fundamentalmente a la división que existe entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. En ese grupo, Rusia y China han ejercido reiteradamente su derecho de veto en esta cuestión para evitar que se concreten acciones decisivas contra el régimen autoritario de Bashar al-Assad, que continúa empeñado en una horrible represión armada contra su propio pueblo, cometiendo toda suerte de delitos de lesa humanidad cuya responsabilidad deberá asumir en algún momento.
La crisis, por sus componentes facciosos, amenaza, además, con extenderse a los países vecinos, al Líbano, en primer lugar. Pero también a Irak, donde la mayoría chiita, aliada en esto con Irán, está desde hace tiempo enfrentada con la minoría sunnita. A lo que cabe agregar que unos cinco mil milicianos fundamentalistas extranjeros, provenientes en su enorme mayoría del mundo árabe, combaten ya junto a los rebeldes en suelo sirio.
No obstante, Assad sigue sosteniendo que su país debe volver a la situación previa a la crisis, algo que, ante la enormidad de todo lo ya sucedido, es imposible. Las naciones no pueden retroceder ni olvidar sus horrores, aunque deban luego saber perdonarlos.
El régimen de Assad sigue bombardeando con artillería pesada y aviones a las indefensas ciudades en las que la población civil se ha rebelado en su contra, en un espectáculo dantesco que ofende a la dignidad del ser humano. Los alimentos y medicamentos escasean. Los sufrimientos de la población se multiplican entonces.
Las naciones que conforman la ONU tienen ahora la posibilidad que representa el poder hacer oír sus voces en la Asamblea General. Esta oportunidad no debe ser desaprovechada. El mundo simplemente no puede seguir asistiendo en silencio y con las manos atadas por sus divergencias a la indescriptible matanza de la población siria y a la destrucción de todo un país.
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